La azarosa vida de las vacaciones, no se entendería
sin una prenda fundamental: el traje
de baño.
Si bien es cierto que el bikini fue prenda
usual entre las bañistas romanas; la verdadera historia del traje de baño no comienza
hasta mediados del siglo XIX. Durante los mil años que Europa vivió de espaldas
al mar, lo pocos ciudadanos que se bañaban o lo hacían completamente desnudos, o
completamente vestidos.
La moda del atuendo playero nació en el año 1854 y
comenzó ¡cómo no ¡ en Biarritz
Los ciudadanos del Segundo Imperio se bañaban
enfundados en una especie de camisones largos hasta los pies, o simplemente en
pijama.
No fue hasta 1880 que Francia lanzó el primer
modelo de traje de baño femenino. No era otra cosa que una adaptación de la
ropa interior para que no pudiera suscitar el horros de las personas de buenas
costumbres.
Este traje de baño fue patrocinado por en Norteamérica
en 1851 por Amelia Bloomer quien se batía por la emancipación de la mujer. El
traje permitía libertad de movimiento, y consistía en unos pantalones bombachos
de estilo turco, abrochados a la altura de los tobillos sobre los cuales se
llevaba una falda corta hasta las rodillas. El traje adoptó el nombre de su
impulsora: bloomer, usado por las
enardecidas feministas como uniforme de combate, a pesar de las reacciones indignadas
de las autoridades civiles.
Este atuendo playero, que terminó por imponerse, confeccionado
con tejido de lana, se completaba con unas medias negras, zapatillas de cáñamo,
y un gorro de tela embreada.
Los trajes de baño de caballero, solían ser una
especie de combinación de camiseta y calzón hasta las rodillas.
Aquellos primitivos trajes de baño permanecieron
con escasas modificaciones hasta después de la Primer Guerra Mundial.
A partir de 1918 la mujer se lanza a la conquista
de nuevas posiciones en la sociedad, y de esta manera aparecen en las playas
europeas el denominado maillot. Su irrupción es triunfal. El maillot de
las damas, generalmente de color negro es muy parecido al de los caballeros. El
modelo femenino tiene, en los primeros tiempos, forma de falda corta hasta
medio muslo. Poco a poco se transforma, y sólo se diferencia del traje de baño
masculino por su parte delantera en la que un esbozo de faldita cubre, púdicamente,
la entrepierna.
Los escándalos de los furibundos moralistas de la
época fueron tremendos. Las autoridades de muchos países establecen reglamentos
tan grotescos como ineficaces. Se fijan, por ejemplo, los centímetros cuadrados
que de superficie epidérmica que puede ir descubierta. Y aparecen en las playas
las inspectoras de moral que, armadas con una cinta métrica, salían
en persecución de las bañistas más descocadas.
Pero, como en tantas ocasiones ocurre, de nada sirvieron
las medidas, y nada fue suficiente para detener la marcha de las mujeres hacia
la igualdad con el hombre y hacia la conquista de un traje de baño simplificado
y racional.
Los colores oscuros dieron paso a los vivos colores
y a los estampados.
El 2 de junio de 1946 los aliados experimentaron la
primera bomba atómica en la isla de Bikini en la Polinesia. La explosión dejó
al islote casi totalmente desnudo de vegetación y vida.
Aquel verano aparece un nuevo modelo de bañador al
que se le pondrá por nombre Bikini. Un reducido slip y mínimo sostén
vuelven a levantar la polvareda y el escándalo; pero, de nuevo no sirvió para
nada. Triunfó la versión moderna del bikini romano.
La moral imperante en la España de los años sesenta,
me permitió contemplar una de las escenas más hilarantes que he vivido.
En mi ciudad natal estaban prohibidos los trajes de
baños de dos piezas. En ausencia del mar el rio Jerte hacia las
funciones de refresco; y allí las damas más atrevidas usaban bikini.
Acertó a pasar por una de las orillas del río un
agente de la autoridad quien, al ver a una joven en traje de dos piezas,
le dijo:
-
- Señorita, está prohibido llevar traje de baño
de dos piezas.
A
lo que la atrevida joven le respondió, haciendo ademan de quitarse el sujetador:
-
- ¿Cuál
de las dos me quito?
El
pobre guardia, viéndose blanco de las risas de los presentes, optó por dejar
las cosas como estaban. Pues pensó que iba a ser peor el remedio que la
enfermedad.