sábado, 22 de junio de 2019

EL “SACCO”DE ROMA


El “sacco” de Roma, es una manifestación fáustica de los fermentos paganos de la violencia y soberbia que nacían bajo apariencias de clasicismo estético y político en el fondo del Renacimiento. Los poderes se enfrentan: sin poder temporal, la Iglesia romana de ningún modo hubiera podido defender, en un mundo caótico y feudal o absolutista, su libertad y sus derechos, que constituyen el acervo de la libertad y los derechos de los ciudadanos de la Cristiandad. Sin embargo, el “sacco” muestra cómo el Príncipe puede encarnar, por obra de ciertas circunstancias, el poder de las tinieblas, y cómo el Pastor, desbordando y desplazando la subsidiariedad de su reino temporal, pudo desnaturalizar su misión sagrada. Una explicación elemental de este acontecimiento tremendo de que fue escenario Roma en 1527 es que Carlos V, en tanto emperador del Sacro Imperio Roano-Germánico, heredó el primer papel en el drama de las viejas querellas entre e Papado y el Imperio.
Las causas remotas de las terribles jornadas que va a vivir la Ciudad Eterna hunden sus raíces atrás en el tiempo. A finales del siglo XV se habían consolidado en Europa Occidental algunos fuertes Estados unitarios como los reinos de Francia, Inglaterra y España que luchaban entre sí por el dominio del Mediterráneo, y el monopolio de las nuevas rutas oceánicas.

Mientras tanto, en el este europeo y en la península balcánica se extendía el Imperio Otomano que después de la conquista de Constantinopla constituye una grave amenaza para el mundo cristiano.
Las continuas luchas por el dominio de la Península Itálica y sus ciudades estados; fueron el caldo de cultivo para que, reyes emperadores y el propio Papa de Roma se enzarzaran en luchas continuas que propiciaron los hechos que en la Ciudad Eterna se desarrollaron el año 1527. En ese tiempo los descendientes de aquellos romanos que en un tiempo habían rechazado desde sus murallas a emperadores poderosos, no conservaban ya nada de amor por la libertad y de las viriles virtudes de sus progenitores. Aquellas cuadrillas de siervos del clero, de latores, de escribas y de fariseos, la plebe nutrida en el ocio, la burguesía refinada pero corrompida, privada de vida política y de dignidad, la nobleza inerte y los millares de sacerdotes viciosos eran semejantes al pueblo romano de los tiempos en los que Alarico había acampado ante Roma.

Mientras Orsini fortificaba precipitadamente el Vaticano, muchos prelados abandonaron Roma en los primeros días de mayo para escapar a la amenaza imperial.
La misma tarde que el duque de Borbón dio vista a Roma, quiso emprender el asalto, pero en atención a la fatiga de sus tropas, la difirió hasta el siguiente día.
Veinte mil salvajes mercenarios, con los que se había mezclado una multitud de truhanes y bandidos se esparcieron por las calles de la infeliz capital para saquear, incendiar, y matar según el derecho de guerra.
La mañana del siete de mayo Roma ofrecía un espectáculo difícilmente descriptible con palabras. Era una visión que habría podido mover a compasión a las piedras.
Las calles llenas de ruinas, de cadáveres y moribundos, casas e iglesias devoradas por el fuego de las cuales salían gritos y lamentos.
Los palacios pertenecientes a personas partidarias del emperador fueron saqueadas como las demás. Se salvaron temporalmente aquellos que pagaron grandes sumas a alemanes o españoles para ser respetados.
Ni siquiera en tiempos de los sarracenos San Pedro había sido devastada tan ferozmente.
Orange tomó alojamiento en los apartamentos del Papa teniendo cerca a sus propios caballos para que no le fuesen robados. Las más bellas estancias del Vaticano, la misma Capilla Sixtina fueron transformados en establos.
Allí proclamaron Papa a Lutero. Algunos soldados borrachos pusieron a un asno ornamentos sagrados y obligaron a un sacerdote a dar la comunión al animal. El desventurado cura engulló todas las sagradas formas antes de que sus verdugos le dieran muerte mediante tormento.
Carlos V se enteró del saqueo de Roma, de la muerte del condestable de Borbón, y de la prisión de Clemente VII, en el mes de junio. Se vistió de luto y suspendió los festejos que se estaban celebrando por el nacimiento de su hijo Felipe.

Unos echaban la culpa de “sacco” de Roma al Emperador; otros al Papa porque siendo vicario de Cristo excitaba y mantenía la guerra; y otros al rey de Francia.
Como tantas veces ocurre en los hechos de la Historia, nadie asume de buen grado la responsabilidad de sus actos.

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