El “sacco” de Roma, es una manifestación
fáustica de los fermentos paganos de la violencia y soberbia que nacían bajo
apariencias de clasicismo estético y político en el fondo del Renacimiento. Los
poderes se enfrentan: sin poder temporal, la Iglesia romana de ningún modo
hubiera podido defender, en un mundo caótico y feudal o absolutista, su
libertad y sus derechos, que constituyen el acervo de la libertad y los
derechos de los ciudadanos de la Cristiandad. Sin embargo, el “sacco” muestra
cómo el Príncipe puede encarnar, por obra de ciertas circunstancias, el poder
de las tinieblas, y cómo el Pastor, desbordando y desplazando la subsidiariedad
de su reino temporal, pudo desnaturalizar su misión sagrada. Una explicación
elemental de este acontecimiento tremendo de que fue escenario Roma en 1527 es
que Carlos V, en tanto emperador del Sacro Imperio Roano-Germánico, heredó el
primer papel en el drama de las viejas querellas entre e Papado y el Imperio.
Las causas remotas de las terribles jornadas que va
a vivir la Ciudad Eterna hunden sus raíces atrás en el tiempo. A finales del
siglo XV se habían consolidado en Europa Occidental algunos fuertes Estados
unitarios como los reinos de Francia, Inglaterra y España que luchaban entre sí
por el dominio del Mediterráneo, y el monopolio de las nuevas rutas oceánicas.
Mientras tanto, en el este europeo y en la península
balcánica se extendía el Imperio Otomano que después de la conquista de Constantinopla
constituye una grave amenaza para el mundo cristiano.
Las continuas luchas por el dominio de la Península
Itálica y sus ciudades estados; fueron el caldo de cultivo para que, reyes
emperadores y el propio Papa de Roma se enzarzaran en luchas continuas que
propiciaron los hechos que en la Ciudad Eterna se desarrollaron el año 1527. En
ese tiempo los descendientes de aquellos romanos que en un tiempo habían
rechazado desde sus murallas a emperadores poderosos, no conservaban ya nada de
amor por la libertad y de las viriles virtudes de sus progenitores. Aquellas
cuadrillas de siervos del clero, de latores, de escribas y de fariseos, la
plebe nutrida en el ocio, la burguesía refinada pero corrompida, privada de
vida política y de dignidad, la nobleza inerte y los millares de sacerdotes
viciosos eran semejantes al pueblo romano de los tiempos en los que Alarico
había acampado ante Roma.
Mientras Orsini fortificaba precipitadamente el
Vaticano, muchos prelados abandonaron Roma en los primeros días de mayo para
escapar a la amenaza imperial.
La misma tarde que el duque de Borbón dio vista a
Roma, quiso emprender el asalto, pero en atención a la fatiga de sus tropas, la
difirió hasta el siguiente día.
Veinte mil salvajes mercenarios, con los que se
había mezclado una multitud de truhanes y bandidos se esparcieron por las
calles de la infeliz capital para saquear, incendiar, y matar según el derecho
de guerra.
La mañana del siete de mayo Roma ofrecía un
espectáculo difícilmente descriptible con palabras. Era una visión que habría
podido mover a compasión a las piedras.
Las calles llenas de ruinas, de cadáveres y
moribundos, casas e iglesias devoradas por el fuego de las cuales salían gritos
y lamentos.
Los palacios pertenecientes a personas partidarias
del emperador fueron saqueadas como las demás. Se salvaron temporalmente
aquellos que pagaron grandes sumas a alemanes o españoles para ser respetados.
Ni siquiera en tiempos de los sarracenos San Pedro
había sido devastada tan ferozmente.
Orange tomó alojamiento en los apartamentos del
Papa teniendo cerca a sus propios caballos para que no le fuesen robados. Las
más bellas estancias del Vaticano, la misma Capilla Sixtina fueron
transformados en establos.
Allí proclamaron Papa a Lutero. Algunos soldados
borrachos pusieron a un asno ornamentos sagrados y obligaron a un sacerdote a
dar la comunión al animal. El desventurado cura engulló todas las sagradas
formas antes de que sus verdugos le dieran muerte mediante tormento.
Carlos V se enteró del saqueo de Roma, de la muerte
del condestable de Borbón, y de la prisión de Clemente VII, en el mes de junio.
Se vistió de luto y suspendió los festejos que se estaban celebrando por el
nacimiento de su hijo Felipe.
Unos echaban la culpa de “sacco” de Roma al Emperador;
otros al Papa porque siendo vicario de Cristo excitaba y mantenía la guerra; y
otros al rey de Francia.
Como tantas veces ocurre en los hechos de la
Historia, nadie asume de buen grado la responsabilidad de sus actos.
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