martes, 7 de mayo de 2019

CORVISART: Médico de Napoleón.


El doctor Corvisart, médico de gran renombre, a tendió a Napoleón Bonaparte desde que era primer cónsul hasta que la derrota condujo al Gran Corso a Elba primero, y Santa Elena después. A Corvisart se le ha reprochado que no acompañara a Napoleón en la desgracia, pero esta acusación no parece justa: fue Napoleón quien busco a Corvisart y no este a aquel.
“No sé qué ganaré con esta visita, pero es seguro que perderé con ella el más preciado de todos los bienes: la libertad”.
Así se expresaba Corvisart en el coche que, en 1802, le conducía por vez primera a la Malmaison, para visitar a un Napoleón Bonaparte enfermo. Pero Corvisart se equivocaba.
En 1802 Jean Nicholas Corvisart de Marets era titular de la cátedra de Medicina y jefe del Hospital de la Caridad.
Este hombre apodado “el moderno Hipócrates francés” fue el llamado para atender a Napoleón de lo que se supone fue un cólico hepático.
El primer examen que Corvisart le realizó duró más de una hora.
Napoleón llego a decir: “No creo en la medicina; pero, creo en Corvisart”.
Se habló de que lo que le aquejaba era una sarna crónica contraía cuando era capitán y que le fue trasmitida por el atacador de un artillero fallecido que la padecía.
La sarna de Napoleón hizo que el Pueblo compusiera algunas coplillas, como las que decían:
“Nuestro primer cónsul hará cualquier cosa por mí/ en generosidad nadie lo iguala/Me ha dado la mano y me ha prometido un empleo/Y en el acto he pillado la sarna”
O esta otra
“El gran Napoleón me tomó por la mano/Favor que no tiene igual/Y me dijo “Mañana tendréis algo mío”/Y al día siguiente tenía la sarna.”
No era la única afección del emperador. Su funcionamiento hepático dejaba bastante que desear. Todos habían observado su tez amarilla cuando regresó de Egipto. Algunos llegaron a afirmar que “tenía el blanco de los ojos como el limón”.
Alguien llegó a afirmar que Napoleón tenia el “humor avinagrado propio de los hepáticos”.
Corvisart tenía ante sí, seguramente, un enfermo intoxicado, y, ante todo, era preciso ayudar a su organismo a eliminar las toxinas que este fabricaba.
Lo hizo aplicando, primero, un revulsivo en el pecho del paciente que le provocó un sudor saludable. Una segunda ventosa en un brazo remató la curación.
Corvisart recomendó a Bonaparte comer con moderación, a horas regulares, y que hiciera un poco de ejercicio. A raíz de estos consejos viose al primer magistrado de la República saltar y correr sobre el césped de Malmaison.

Los métodos usados por Corvisart con sus enfermos eran francamente brutales. Auscultaba el pecho de los enfermos propinándoles fuertes golpes, de los que estos se dolían horas después.
El 10 de julio e 1802 Corvisart fue nombrado “Medico del gobierno” con unos emolumentos que le permitieron instalarse en una lujosa casa, y que sus lacayos vistieran librea consular.
De médico titular de todos los Bonaparte, en 1804 fue nombrado médico del emperador. Las obligaciones de este cargo estaban reguladas en un manifiesto de seis artículos.
Napoleón y Corvisart tenían entre ellos una gran complicidad y las mutuas chanzas eran habituales. A menudo le recibía con esta salutación:
- “Hola gran charlatán, ¿Os disponéis a matar a mucha gente hoy?
Josefina, le consultaba con frecuencia pues era mujer en extremo aprensiva.
Corvisart trató de curar la esterilidad de la emperatriz, pero todo fue en vano.
Napoleón deseoso de forjar el primer eslabón de la dinastía, cualquiera que fuese el medio para ello, Napoleón le pidió a Corvisart que fuera testigo del falso parto de la emperatriz, para dar a ese ardid todas las apariencias de una realidad; algo a lo que nuestro médico se negó; pero, prometió guardar el secreto.
Para evitar que la emperatriz María Luisa acompañara a Napoleón a la isla de Elba, redactó un largo certificado médico, en el que se indicaba que sería funesto para su salud el ir a la isla. Algo que fue considerado por algunos, de manera exagerada, como una traición.
Corvisart murió el mismo año que Napoleón tras sufrir un desmayo al levantarse. Quizás recordó el aforismo que decía:
 El primer ataque es un apremio sin recargo, el segundo un apremio con recargo, y el tercero es un embargo”
El 18 de septiembre de 1821 a las nueve de la noche exhaló su último suspiro.

Texto de André Castelot


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