El
atentado de la calle Mayor contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia pareció aclarado
y resulto con la muerte del presunto autor Mateo Morral, que se suicidó cerca
de Torrejón de Ardoz. Se ha especulado mucho sobre los móviles que armaron el
brazo terrorista. La hipótesis de su amor imposible por Soledad Vilafranca, a
la que deseaba deslumbrar con un gesto “nietzscheano” tiene aire entre trágico
y heroico que casa bien con la exaltación, el idealismo desaforado y la alta
temperatura vital de algunos anarco-terroristas de aquella época.
Pertenecía
Morral a una familia de industriales de Sabadell, que con el objeto de que
Mateo completara sus estudios le envió a Alemania, donde se relacionó con los círculos
extremistas. Nietzsche le impresionó.
Entre
la juventud se discutían sus ideas sobre el hombre. Las ideas del pensador alemán
impregnaron la mente de Mateo Morral; en su espíritu más bien solitario y nunca
plebeyo. La idea del superhombre encajaba muy bien en su manera de
sentir.
Las
primeras traducciones del Zaratustra por parte de Maragall le depararon
las críticas de buena parte de la sociedad de Barcelona.
Pero
Morral podía ser nietzscheano sin que nadie le pidiera cuentas. La juventud
anarquista de aquella época admiraba al pensador alemán, aun cuando los viejos libertarios
de la I Internacional no estaban de acuerdo con los principios individualistas
del autor de Así habló Zaratustra.
Morral
padecía la exaltación de su apostolado. Cuando veía el boato de la Corte. Le acometían
verdaderos ataques de furia y destrozaba las revistas en las que ese boato se
reflejaba, en los quioscos de las Ramblas pisoteándolos en plena calle.
Se
comprende pues, que la idea del atentado contra los reyes había seguido un
proceso lógico en la mente de Mateo.
Sin
embargo, a juicio de los historiadores, en la decisión de Morral hubo algo más
profundo que esa furia.
Soledad
Vilafranca era una mujer alta, bien formada, bonita que gustaba vestir con
elegancia, la cual vivía con Francisco Ferrer. Ferrer nunca ofreció el aspecto
de un anarquista tópico. La pareja presentaba la apariencia de un matrimonio
acomodado tranquilo. A pesar de la diferencia de edad, Soledad veía en él a un apóstol,
a un futuro mártir, y se adhirió a su suerte con un convencimiento total.
Mateo
Morral contaba por aquel entonces 27 años, y un carácter apasionado.
Fue
en la Escuela Moderna cuando Soledad entró en la vida de Mateo; quien no se
podía explicar cómo aquella mujer joven y bonita podía amar y permanecer fiel a
Ferrer. Recordaba las palabras del filoso alemán: Todo es un enigma en la mujer... Por eso el
hombre quiere a la mujer, el juguete más peligroso.
Morral
era el guerrero; pero ¿era Soledad el juguete? En absoluto, porque Mateo,
en el fondo no dejaba de ser un romántico. Para él Soledad era la señora y el
caballero, a la antigua usanza.
Como
profesor Morral pasaba largas horas a su lado, tiempo en el que no desaprovechó
las oportunidades para insinuarle sus sentimientos. Sin embargo, esta se mostraba
inexorablemente adicta en cuerpo y alma a Ferrer.
Su
pasión ella fue en aumento, y un día le habló en términos apasionados como un héroe
de novela romántica.
En
el mes de mayo de 1906 la pasión había llegado al paroxismo. Las sonrisas y
frases amables que Ferrer dedicaba a Soledad atizaba el incendio que devoraba
el corazón de Morral.
A
pesar de todo, el joven profesor no se dio por vencido. Se propuso como todo enamorado
deslumbrar a su dama con un acto digno del superhombre nietzscheano.
Su
objetivo lo tenía estudiado y marcado: los reyes de España.
Intentó,
sin conseguirlo, obtener una invitación para presenciar la ceremonia en el
templo. Entonces compró un hermoso ramo de flores y se dirigió a su habitación.
Allí acodado en su habitación esperó el paso del cortejo. Pensaba en ella,
no en el juguete. Pensaba en la dama a quien iba a ofrecer aquel
terrible holocausto como a una deidad sangrienta y omnipotente.
Cuando
la carroza real pasó por debajo del balcón, dejó caer a plomo la bomba oculta
en el ramo de flores. En aquel instante en su mente las palabras de Nietzsche “El
mal es la mejor fuerza del hombre”; y vio los ojos de Soledad que le
miraban con asombro, pero sin admiración.
Soledad
Vilafranca permaneció fiel a Ferrer hasta la muerte de este en los fosos del castillo
de Montjuic, el 13 de octubre de 1909. Y fiel a su memoria hasta su postrer
día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario