Mandato
británico desde la Conferencia de San Remo (abril de 1920), Palestina se
encontró dividida, a partir del 29 de noviembre de 1947, por una resolución de
la ONU que creaba sendos Estados- árabe, uno; israelí, el otro- e
internacionalizaba la ciudad de Jerusalén. La retirada de las tropas inglesas el
día 14 de mayo de 1948 supuso el estallido de la primera conflagración entre
ambas comunidades. Pese a la invasión del territorio israelí por las tropas de
la Liga Árabe, la campaña se saldaría victoriosamente para los hombres de Ben
Gurión, quienes- a fines de ese año y pese a tener el mar cortándoles una
posible retirada- se apoderaron de Galilea y del Neguev y llevaron las
fronteras del nuevo Estado hasta los viejos límites que separaban Palestina de
Egipto.
El
ejercito israelí asombró al mundo con sus éxitos fulminantes en la campaña del Sinaí
(1956) y durante la Guerra de los Seis Días (1967). El carácter fragmentario de
las operaciones de la Guerra de la Independencia ( 1948) no permitía prever que
el nuevo Estado consiguiera organizar, en tan pocos años, unas fuerzas
militares capaces de poner al enemigo fuera de combate con una sola ofensiva relámpago.
Tras
la salida de los británicos de Palestina, y una vez constituida la Liga Árabe,
las luchas entre árabes y judíos se retomaron; si es que en algún momento había
desaparecido. La formación de la Liga Árabe compuesta por siete países que
contaban con 35 millones de habitantes, y el apoyo de más de 350 millones de
musulmanes esparcidos por el mundo, tenía una fortaleza más aparente que real;
pues cada uno de ellos tenía dentro y fuera de sus fronteras, sus propios
problemas e intereses que dificultaban la unidad.
Los
recursos económicos de la Liga eran débiles y la coalición demostró su falta de
ideas en el orden estratégico. A falta de estudios previos, su Jefe de Estado
Mayor (un iraquí) no pudo hacer más que cruzarse de brazos. Por otra parte, y a
pesar de las apariencias, la coalición sólo disponía de unas fuerzas militares
reducidas.
El
joven estado de Israel iba a enfrentarse a unos adversarios numerosos, pero de
valor desigual, que actuaban sin ningún plan concertado y cada uno por su
cuenta.
Antes
estos ejércitos de brabucones, los judíos disponían de una baza importante: la
clandestinidad de sus fuerzas. La Zvei Haganah, ejercito
defensivo, se había forjado mucho tiempo antes durante el mandato británico,
cuando se inició la resistencia contra los árabes primero y contra los
británicos después. Contaba con jefes experimentados que había combatido en la Segunda
Guerra Mundial casi siempre al lado del ejército británico. Gracias a esto
veteranos el adiestramiento de las fuerzas israelíes era excelente, pues los
cuadros de mando no se improvisan.
La
austeridad era una de sus señas de identidad. En 1948 el ejercito de Israel
tenía un sólo general.
En
1948 fue capaz de poner en pie un ejercito de 70.000 personas hombres y
mujeres. Un esfuerzo extraordinario en un país de poco más de 700.000
habitantes. A pesar de esta movilización general, la organización de la
retaguardia, así como la producción industrial y agrícola quedaron aseguradas,
incluso en las horas más críticas.
La
Haganah contaba con fuerzas estáticas, y elementos móviles. Los
primeros protegían los Kibbutnizim cuando eran atacados, y cultivaban
las tierras cuando el enemigo se alejaba. Las fuerzas móviles fueron reforzadas
con la incorporación del Palmah (comando judío que había formado
parte del Octavo Ejército británico).
Finalmente,
la Haganah disponía de un servicio de contra espionaje de
eficacia comparable a la del Intelligence Service. Sus fuentes de
información estaban distribuidas por toda la diáspora, pues todos los judíos
del mundo dirigían sus miradas hacia Jerusalén.
Cuando
el 15 de mayo de 1948 el rey Abdullah disparó en Jericó el cañonazo simbólico que
anunciaba la Guerra Santa, nadie podía prever el desenlace del conflicto
entre los dos bandos.
Los
árabes contaban con la superioridad numérica, y con el motor emocional del pan
islamismo. Israel disponía también de sus bazas: la calidad de sus fuerzas,
el apoyo de la diáspora, y la fe que había inculcado a los sionistas Theodore
Herzel.
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