sábado, 3 de agosto de 2019

LAS HERMANAS BRONTË


Fueron Charlotte, Emily y Ana Brontë, a las que debe la literatura inglesa, en su álgido periodo romántico, un conjunto de poesías y novelas de calidad desigual, pero de atractivo imperecedero para todos los soñadores del mundo. El paisaje triste que rodeó su infancia, la falta de cariño materno, la hosquedad de un padre excesivamente severo, la tuberculosis... Todo contribuía a hacer de los cuatro hermanos Brontë unos seres melancólicos y soñadores, deseosos de evasión.
El arte permitió esa huida de la realidad: Charlotte, Emily y Anne escribieron novelas apasionadas y fantásticas. El único varón Branwell, quiso ser pintor, pero no tuvo éxito y acabó entregándose, desesperado, al opio y al alcohol.
A partir de la publicación de Jane Eyre en 1847 el mundo literario se preguntó periódicamente cómo nació el talento literario de las hermanas Brontë, y el ambiente en que se formó este pequeño grupo tan precoz y encerrado dentro de sí mismo.
La señora Brontë trajo al mundo seis criaturas, muriendo un año después de nacer la última. Los niños fueron criados con escaso calor afectivo, por un padre erudito y distante y por una tía abnegada y rígida, combinación ciertamente temible.
Las niñas fueron enviadas a una escuela llamada Cowan Bridge. En realidad, se trataba de un infierno dirigido por un pastor hipócrita y avaro, conscientemente feroz. Dos de las hermanas contrajeron tuberculosis muriendo ambas a intervalo de pocos meses.
La vida los niños adquirió de pronto una vertiente insospechada. Todos ellos leían mucho, Devoraban todo tipo de lecturas. Aquellos niños precoces discutían cualquier tema entre ellos o con su padre. Y un buen día decidieron inventar una novela, o mejor una saga en torno a los jóvenes, doce soldados de madre que el padre había regalado a su hijo.
De una manera inconsciente los niños padecían “el mal de siglo”, la nostalgia de las grandes aventuras y la aspiración de una vida ardiente.
Las tres hermanas Brontë darían pruebas de una timidez agresiva, de una obstinación que nada podría doblegar.
Su experiencia en Bélgica a donde se trasladaron para trabajar como profesoras no fue una experiencia agradable, y regresaron a sus lares.

Por su parte en único varón del grupo Branwell, dotado de gran fantasía, pero inestable y perezoso, no logró abrirse camino en el mundo de la pintura, ni tampoco en el de la poseía. Aceptó un empleo de subjefe de estación dónde se entregó a la bebida.
Un día Charlotte, descubrió un cuaderno de versos de Emily y comprobó que eran notables. Esta se enfadó, pero su hermana la convenció para hacer una selección de ellos y los suyos propios y enviarlos a un editor. El librito fue publicado en 1846 con los gastos a costa de las autoras. Aunque tuvo escasas ventas, las críticas fueron favorables.
No se desalentaron y se dedicaron a la composición de nuevas obras. Esta vez la suerte les sonrió. Aparecieron dos obras: Cumbres Borrascosas, de Emily, y Agnes Grey de Anne, publicadas en el año 1847 bajo seudónimo. Tres meses antes había sido publicada Jane Eyre de Charlotte que obtuvo un éxito prodigioso y se agotaron tres ediciones en pocos meses. Los lectores devoraban sus páginas y admiraban su romanticismo sombrío, la habilidad de la intriga, la belleza del estilo y el tono extraño e inesperado.
Se ha exagerado el aislamiento en el que vivieron las tres hermanas, pues en realidad tuvieron la existencia que ellas mismas deseaban. Las tres rehusaron con altivez varias peticiones de matrimonio.
Pero en el extraño mundo de las hermanas Brontë la muerte, siempre presente, hizo sus estragos en las vidas del padre, del hermano, y de las hermanas Emily y Anne. Estas últimas a consecuencia de la enfermedad que persiguió a la familia durante toda su vida: la tuberculosis. Charlotte había aceptado con indiferencia la muerte de su hermano pues el antiguo cariño que por él sintió se había desvanecido, pues las esperanzas que en él había puesto sólo recibieron humillación, desprecio y desintegración moral. En cambio, adoraba sus hermanas, sobre todo a Emily tan diferente a ella, y cuyo talento y lirica vigorosa tanto admiraba.
En memoria de Emily escribiría Shirley en 1849, pero también para distraer el dolor de las dos muertes consecutivas.

La vida cotidiana se reanudó penosamente en Haworth, Charlotte se quedó sola con su padre, que reanudo sus actividades. Charlotte comenzó a escribir una nueva novela Villete publicada en 1853 basada en su experiencia en Bélgica, y que alcanzó un gran éxito.
Se ha pretendido dar una apariencia extraña a esta floración de talento, insistiendo en la ignorancia de los cuatro hermanos en todo lo referente al mundo. Vivieron el mundo que quisieron vivir; un mundo del que eran soberanos, en el que ensayaron sus concepciones de una vida relativamente utópica, y decantarla.

viernes, 2 de agosto de 2019

AMUNDSEN


Pies humanos hollaron por primera vez el Polo Sur el día 14 de diciembre de 1911. Eran los del explorador noruego Amundsen y los de sus cuatro compañeros de viaje: Hansen, Bjaaland ,Wisting y Hassel.La expedición dirigida por Amundsen se adelantó unas pocas horas a las de su colega y rival Scott que se había propuesto el mismo objetivo. Amundsen tuvo más suerte. Pero también influyeron en su éxito la experiencia adquirida en viajes anteriores, su conocimiento de las tierras polares, su obstinación, su prudencia su talante optimista y su extraordinaria resistencia física. Si la aventura de Scott fue una cadena de adversidades, con frustración y muerte al final- una auténtica tragedia- la gesta de Amundsen, por el contrario, se desarrolla como un poema épico afortunado, esplendoroso y triunfal.
En el puente del “Fram” se alzaron aclamaciones unánimes dirigidas a Roal Amundsen, el hombre que iba a llevarlos al Polo Sur, y cuya mirada parecía distinguir sus inmensidades trágicas y solitarias. Y el “Fram” se alejó lentamente de la bahía de Funchal, mientras brillaban las luces del litoral, últimas estrellas terrestres antes de las sombras vírgenes de la Antártida.
Instintivamente, Amundsen se volvió hacia el alojamiento de los perros que él había recomendado cubrir con una lona para evitarlos el sol. Había preferido llevar perros a los poneys de Manchuria por ser más fáciles de proteger contra las ventiscas, y más sencillos de alimentar. Los perros estaban bien, y no habían enfermado. Tranquilizado, Amundsen pensó en Scott, el hombre que al mismo tiempo que él, navegaba rumbo a la Antártida.
El 11 de enero de 1911, el “Fram” ancló en la bahía de las Ballenas y las cajas, los barracones y las tiendas empezaron a ennegrecer la nieve.

Durante un par de meses, del 10 de febrero al 11 de abril Amundsen jalonó su futura ruta con tres depósitos de víveres señalados con banderas, y después la sombra del invierno se abatió sobre Framheim.
Algunos le habían dicho “Se adentra Ud. en lo desconocido”
Pero a él no le causaba temor lo desconocido, muy al contrario, le fascinaba.  Si seguía las huellas de otro ¿dónde estaría el mérito?
La exploración es, ante todo, un trabajo humilde y paciente, una labor de buen operario. Con los hielos no se juega.
Y llegó septiembre. La partida quedó fijada para el mes siguiente. Finalmente, el 19 de octubre cuatro trineos salieron de Framheim con víveres para cuatro meses y 52 perros.
Regresaremos alrededor del 11 de enero, dijo Amundsen a quien se quedaba al mando del campamento en su ausencia.

Amundsen sabía que, en la primera parte del viaje, la más fácil, los trineos se deslizarían sobre la famosa Barrera de Ross. Las dificultades no procedían del terreno sino del tiempo, un tiempo que cegaba a los exploradores con la ventisca.
El 17 de noviembre alcanzaron el paralelo 85, y habían recorrido 1.400 kilómetros, las dos terceras partes del recorrido.
Amundsen examinó las cordilleras fantásticas que se mostraban cada vez más temibles. Ya no se trataba de una marcha difícil con el hambre y el frio como únicas amenazas sino un combate contra lo desconocido. El gigante antártico despegaba su fuerza terrible contra ellos.
Amundsen se dispuso a combatir aquella fuerza bruta y primitiva con medios también primitivos: sus esquís, su trineo, y sus perros.
El 7 de diciembre de 1911 Amundsen dirigió el sextante hacia el Sol y se echó a llorar. ¿Por qué lloraba aquel hombre insensible? Habían rebasado el punto austral más extremo jamás alcanzado por el hombre. La latitud era en aquel momento 88º 23’. Tras días más tarde alcanzarían los 89º 15’.
La mañana siguiente le tenía reservado un regalo magnifico: la gloria de ser el primero en llegar al Polo Sur.
El 14 de diciembre los cinco hombres se levantaron, radiantes y emprendieron la marcha.
Alcanzaron la Latitud de 89º 53’. Amundsen les dijo a sus hombres: “Recorramos otras siete millas hacia el sur y habremos alcanzado nuestra meta”,

A las tres, Amundsen hizo un signo, se inclinó sobre el contador y en su rostro se reflejó la emoción. ¡Eran los primeros en llegar al Polo Sur!
Los cinco hombres, inmóviles, paladearon su victoria. La bruma que parecía haber bajado del cielo hasta tocar la meseta, envolvía sus siluetas triunfantes.

GRIPE DEL 18

El ilustre médico ingles Sydenham nos ha legado una descripción de una epidemia de tos, acompañada de fiebre, que se desencadenó ...