¿Quién no conoce sus siluetas rugientes y
jacarandosas? Los castizos de pro los saludan al pasar, como a la Cibeles,
Neptuno, o a la Mariblanca. Pero pocas personas saben, sin duda, sus nombres, y
su pequeña biografía. Nos referimos a los leones del Palacio de las Cortes.
El proyecto arquitectónico del palacio las Cortes-destinado
en un principio a albergar el Congreso de los Diputados o Cámara Baja- no
preveía adorno alguno a los lados de la escalinata principal. El diseño marcaba unas farolas, algo que, al
parecer, no era del gusto de los señores diputados ni de los ciudadanos pues no
gozaban de la solemnidad que, a su entender, debía adornar tan representativo
edificio. Se inició la construcción del edificio en 1843, sobre el solar del antiguo
convento del Espíritu Santo, y se concluyeron las obras en 1850.
Fue diez años después, al ser traídos a Madrid los
cañones capturados al enemigo en la batalla de Tetuán cuando la reina Isabel
sugirió personalmente que aquellas piezas de artillería se fundiesen y
transformasen en dos leones, para utilizarlos como exorno de la citada
escalinata de honor.
Los magníficos felinos fueron originariamente
modelados en escayola por el escultor Ponciano Ponzano, pintados en color
bronce, dada la falta de recursos económicos. Las mencionadas estatuas fueron
colocadas en 1851, pero las condiciones meteorológicas dieron a las obras un
estado deplorable, lo que granjeó la protesta de las fuerzas vivas de la
ciudad, y su inmediata retirada.
Un segundo pedido realizado a Ponzano resultó demasiado
caro; por lo que se encargó al escultor José Bellver y Collazos la realización
del nuevo proyecto. El artista diseñó dos pequeños leones en piedra, que las gentes de la época decían que más parecían
perros callejeros que intrépidos leones.
El encargo de un tercer proyecto volvió a recaer en
Ponciano Ponzano, al que se le entregaron los cañones capturados en la batalla de
Wad- Ras; y en Real Fábrica de Artillería de Sevilla se procedió la fundición de tales
figuras zoomórficas. Las cinceló en bronce el francés Bergeret, a quien la
soberana concedería como muestra de su real satisfacción por la obra, la Gran Cruz de Carlos III.
El primer león se fundió el 24 de mayo de 1865 y su
compañero el 22 de julio siguiente. El coste total de ambos se aproximó a las
cien mil pesetas. 99.911, 22 exactamente.
No hay noticias de que el gracejo madrileño pusiera
mote o apelativo a los dos nuevos vecinos de la villa y corte.
Quizá se debió esta amnesia a que ya venían
bautizados de Sevilla.
Los fundidores hispalenses, en efecto, derramando
sobre las hermosas melenas de los félidos sendas botellas de vino generoso, les
habían impuesto los nombres de “Doiz”
y “Velarde” como homenaje a los
artilleros de la Maestranza; aquellos heroicos colegas suyos, duros como el
bronce y bravos como leones, que protagonizaron la gesta del Dos de Mayo en la
localidad a la que iban destinadas las esculturas.
Puede afirmarse que así, en cierto modo, los popularísimos
“gatos” de las Cortes, centinelas
constantes de la suprema Asamblea Nacional, evocan a la vez la Guerra de la
Independencia y la campaña de africana de 1860
No hay comentarios:
Publicar un comentario