No sólo ha sido uno de los altos poetas en
lengua española, sino también un hombre que vivió con hondura y tragedia íntimas
la división y lucha entre españoles.
Uno más entre millares de hombres oscuros, pero
igualmente capaces de sufrimiento de los que fue portavoz. Un hombre enraizado
como pocos en la tierra propia, que tanto amaba.
Alguien dijo de él” Subió tu voz con gravedad
hermosa/desde el dorado fruto de Sevilla/al yermo planetario de Castilla/donde
la tierra de tu amor reposa”
Más que su amor, sus amores. Lo vemos en el
torbellino de la guerra que le llevó a morir- sencilla y humildemente como
había vivido- al otro lado de la frontera. Como una brizna en un torrente.
A Machado lo llevamos todos dentro de nosotros,
formando parte, de nuestro propio ser. Es una de esas cosas de nuestra España
de que no podemos prescindir, aunque queramos. Una España que amó desde las
telas mismas de su corazón. Un amor que no fue apego al terruño, sino emoción
racial.
Solitario y silencioso pasó por la vida. Era una
mezcla admirable de sencillez y fortaleza. Fue hombre de limitados horizontes.
Sólo se movió por tierras de Castilla y Andalucía, al contrario que sus
compañeros de generación.
Así como Paul Valery parecía y era un empleado de
banco, y Lorca un campesino olivarero por su traza exterior. Machado daba la
impresión de ser un notario o un abogado de provincias. Grande, sonriente, con
cara de señor rural.
Instalado en Madrid, en torno al poeta se crea una leyenda.
Su corazón solitario parecía presentir que llegaría esa nueva primavera con al
que soñaba:
-
¡Yo viviré mi juventud un día!
Y en efecto, llega un día en que el poeta, al filo
de los cincuenta años, encuentra a Guiomar, o acaso, Guiomar le encuentra a él
después de admirar apasionadamente su poesía.
Pero esa flecha certera, que llegaba a deshora, tardíamente
se le clavó, muy hondo en su corazón, aunque exclamara:
-
¡Cuán tarde ya para la dicha mía!
Machado sintiose preso de esa pasión que venía a
rejuvenecerle como una nueva primavera, y a ella se entregó
-
Tu poeta.
-
Piensa en ti. La lejanía es de limón y
violeta.
Son años deliciosos a pesar de las continuas luchas
y fracasos. La gran felicidad de Don Antonio consistía en esperar siempre todas
las cosas importantes, como así ha ocurrido, para después de su muerte.
Sabía que su misión en la vida era solo escribir.
En ningún momento apeteció bienes ni riquezas. Tenía una ancha frente destinada
a que la patria la habitase.
La guerra civil le sorprende en Madrid. Su hermano
se ha ido a Burgos y Guiomar, a Portugal.
-
La
guerra dio al amor el tajo fuerte
Son momentos tristísimos para Machado que vive
abrumado por una carga de humanidad, de bondad y de honradez en la que no se
incluye nunca la postura pseudopurista.
-
Mientras retumba el monte, el mar humea,
-
Da la sirena el lúgubre alarido,
-
Y el azul el avión platea,
-
¡cuán agudo se filtra hasta mi oído,
-
Niña mortal, infatigable dea,
-
El agrio son de tu rabel florido.
Estos versos fueron escritos en Barcelona mientras
se aloja en el Hotel Majestic.
Machado se entrega en estos días a pasear a su “Juan
de Mairena”; al pelmazo de “Juan de Mairena” como le denominó Cossío.
Su prosa es de circunstancia, en la que nada
esencial, nuevo, o superador dice. Con un tono intelectual muy inferior a sus
posibilidades normales. La poesía verdaderamente lítica desaparece; no tiene la
hondura y grandeza de su producción anterior. Los versos a Lorca asesinado
poseen dignidad, ideológica y formal, pero nada más.
Parece como si el mismo hubiese presentido este
cambio.
-
Poeta ayer, hoy triste y pobre filósofo
trasnochado,
-
Tengo en moneda de cobre el oro de ayer
cambiado.
Tras meses de incertidumbre debe tomar el amargo
camino del exilio, y pasar la frontera. Durante el duro viaje Don Antonio se
desvaneció. Perdió todo lo que le quedaba en el equipaje. En el bolsillo
llevaba tan sólo diez pesetas.
-
Y
cuando llegue el día del último viaje
-
Y esté al partir la nave que nuca ha de
tornar,
-
Me encontrareis a bordo, ligero de equipaje,
-
Casi desnudo, como los hijos de la mar.
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