Pero la política, cuando uno se entrega a ella, tiene
exigencias implacables. Aquel matrimonio contraído contra la opinión de muchos
no tardó en romperse por “incompatibilidad de caracteres”.
Desde el mismo día de la independencia Indira se instaló con
su padre junto con sus dos hijos, del que fue su más eficaz colaboradora. Para
ella su padre era su tercer dios, al que le colmó de afecto y atenciones.
Se levantaba a las seis de la mañana, ley la prensa ,
practicaba Yoga, y se encargaba de despachar a los llamados gate-crashers aquellos visitantes intrusos
que iban a presentar reclamaciones, quejas, e incluso en demanda de autógrafos.
Almorzaba y cenaba siempre junto a su padre, con el que
departía hasta bien entrada la noche, le ayudaba a ordenar sus notas y
supervisaba la propaganda del régimen.
Sin embargo, el inconveniente más grave procedía del hecho
de que si bien a los ojos del inmenso país (557.989 poblados) Nehru era el
mesías de cabeza de caballo; muchos temían que se estuviera construyendo un país
sobre la arena, basado en sus propias utopías.
La principal misión de Indira consistiría en mostrar un
Nehru que dejaba profunda huella en la realidad. A pesar de su reputación de
izquierdista fue ella la que, con fría resolución, liquidó en 1959 la aventura
comunista del Estado de Kerala.
En el transcurso de los incidentes fronterizos entre la India
y Paquistán que más tarde derivaron en una guerra abierta, se comportó con tal
firmeza que se gano el sobre nombre de “The only man” (el único hombre).
Pero los dioses-hombres son pasajeros; Gandhi cayó
asesinado, y Nehru se extinguió tras diecisiete años en el poder. Una muerte
amarga por no haber podido solventar el conflicto indo-paquistaní.
La India mística y angustiada anhelaba tener al frente más
bien a una personalidad mítica , aureolada de ensueño y revestida de leyenda
que, que a un político hábil o a un prefecto enérgico. Aquella masa de más de 400
millones de almas, todos ellos más o menos monjes y oloqueados el clima maldito
de un templo desmesurado, prefería verse simbolizada antes que administrada.
Requería más bien una estrella que un luchador.
Esto explica que al perseverante Chavan, el ministro de defensa
que tenía toda la fría actitud de un terrateniente lacónico en una taberna
irlandesa, y a otros graves referentes del del país, se impusiera Indira en el
Congreso.
Esta ostentaba en su nombre y en su rostro una luz que
inducía a olvidar que, como ministro de información en el gabinete Shastri, no
siempre había mostrado vocación por el are de la administración.
Lo único que contó fue su significado. “Los dioses
residen allí donde se honra a las mujeres” tal como reza la sentencia de la
antigua Ley.
La guerra de Bengala de 1971 situó a Indira en un plano
polémico. Algunos periódicos llegaron a borrar su apellido Gandhi. Indira,
pacifista por religión y por convicción, se vio obligada a acudir a las armas y
a luchar contra Paquistán, país hermano, ensanchando así el foso que separaba a
hindúes y musulmanes. Un foso que no pudo colmar el cadáver de Gandhi, víctima
de este conflicto incluso antes de ser asesinado.
Durante los años de su gobierno, fueron muchas las
decisiones controvertidas que tomó; actuando a decir sus detractores como una
autentica dictadora; abusando de la censura, de la represión, y de gobernar por
decreto al margen del Congreso.
Más duro fue su segundo periodo de mandato, en el que
se baso en reprimir el nacionalismo sij en el Panyab, que se saldó con la
muerte de Jarnail Singh Bhindranwale, líder Sij que había sido una de las
figuras centrales del movimiento separatista, creando un gran descontento en el
país.
Tres meses después de perder las elecciones de 1984,
cuando se dirigía a una entrevista con el actor Peter Ustinov, Indira fue
asesinada por dos de sus guardaespaldas de confianza de etnia Sij que la asestaron
31 impactos de bala.
Luces y sombras de una figura muy controvertida del
siglo XX.
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