Los hombres, - decía JFK, que podía opinar al respecto-
se dividen en sanos y enfermos. Pero todo hombre sano es candidato a la enfermedad,
de tal modo que esta es compañera inseparable- inseparable y temida- de la
vida, en realidad perfeccionadora de la vida, en sentido evolucionista y quizá también
en un aspecto moral. En el orden práctico el hombre ha luchado brazo partido contra
la enfermedad: mediante el conjuro, el medicamento o la droga.
Droga y medicamentos han sido en todas las épocas elementos
muy vinculados al hombre, a sus angustias, a sus preocupaciones, sus gozos. El
problema actual, ciertamente grave por la difusión de algunas drogas, no debe
hacernos olvidar que el hombre ha pedido y obtenido de ellas, a través de los
siglos remedio y socorro en forma de medicamento. Y también muerte y olvido en
el terreno personal.
Reyes y reinas, y los miembros de la aristocracia y
la nobleza, tenían gran confianza en las hierbas medicinales, en las que
llegaban a gastar grandes cantidades de dinero en boticas de todo tipo. El rey
Juan I asignó a su boticario Esteve C. Torra en 1388 una pensión anual de 100
sueldos para poder pagar al boticario el tratamiento que tuvo que serle
proporcionado durante un periodo de dos años, y que ascendió a la cifra de 1.000
florines de oro de Aragón.
No siempre los personajes importantes han tenido el
suficiente dinero para cubrir necesidades urgentes. Fernando I pedía desde
Igualada, 500 florines para pagar el aceite diurético que precisaba con
urgencia.
Fernando el Católico no se libro de los efectos
perniciosos de un medicamento. Ya es conocido el criterio que mantiene la
sospecha de que en 1516 pudo morir intoxicado al haber ingerido cantaridina
como afrodisiaco para tener descendencia con su joven esposa Germana de Foix.
Un instrumento importante para la humanidad ha sido
la jeringa de propinar lavativas. Las había de todos modelos, formas y
materiales.
A tal extremo llegó la afición a usar lavativas,
que la lavativa de humo de tabaco fue acogida con verdadero entusiasmo;
y se decía que actuaba como depurativo y antiespasmódico. En algunos lugares su
uso era obligatorio para reponer a los borrachos.
Carlos V, emperador de occidente, nunca hizo caso
de lo que más le convenía para conservar la salud: cumplir dieta.
Tuviera o no confianza en la medicina popular y
supersticiosa, una vez fallecido se hallaron diversos remedios milagrosos y
populares: Una piedra forrada de oro para detener las hemorragias; brazaletes y
aros de hueso contra las hemorroides, nueve anillos ingleses contra los
calambres, o una piedra azul engarzada en oro contra la gota.
Se dice que Carlos II rey de Inglaterra sufrió el día
2 de febrero de 1685 una embolia cerebral. Como fuere que ninguno de los
tratamientos aplicados diera resultado se le administraron 40 gotas de un
extracto de cerebro humano, y un antídoto asociado con perlas disueltas y sal
de amonio. El pobre Carlos II, ya moribundo, pidió perdón a los que le atendían
por su tardanza en morir.
Pero no siempre ha sido ciega la confianza del
hombre en la medicina y en los medicamentos. Federico el Grande de Prusia, el 1
de enero de 1765 le escribía a Voltaire y le decía que se hallaba destemplado y
enfermo, pero como fuera que se había dado cuenta de que “elixires, y otras pócimas”
no le proporcionaban ningún alivio se iba curando con paciencia y dieta. Esto
último no parece que fuera demasiado cierto pues en el menú del día 5 de agosto
de 1786 figuraba, aparte de sopa, carne de buey, chuletas, salmones Dessau,
lengua de buey, guisantes verdes, arenques frescos y pepinos ácidos. Todo ello
acompañado de champagne abundante. Federico despidió a su médico personal
porque le prohibió comer queso de Parma.
Cada noche tomaba de siete a ocho tazas de café,
reforzado a veces con mostaza y otras con pimienta. Medicación “sui generis”
pero medicación, al fin y al cabo.
Humphrey Davy, de 19 años, aprendiz de boticario,
tras ingerir en exceso protóxido de nitrógeno escribió estos versos:
En ningún suelo salvaje y monstruoso
Percibí jamás un embeleso tan ardiente.
Mi pecho quema como un fuego impío
Y siento en mis miembros un aliento de heroísmo.
Mis mejillas se abrasan en mil fiebres
Y mis ojos estallan de deseo.
¡Cuán leve y remoto se torna mi pecho!
¡Preparado estoy para la omnipotencia!
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