sábado, 29 de junio de 2019

DOS MIL AÑOS DE MODA PLAYERA


La azarosa vida de las vacaciones, no se entendería sin una prenda fundamental:  el traje de baño.
Si bien es cierto que el bikini fue prenda usual entre las bañistas romanas; la verdadera historia del traje de baño no comienza hasta mediados del siglo XIX. Durante los mil años que Europa vivió de espaldas al mar, lo pocos ciudadanos que se bañaban o lo hacían completamente desnudos, o completamente vestidos.
La moda del atuendo playero nació en el año 1854 y comenzó ¡cómo no ¡ en Biarritz
Los ciudadanos del Segundo Imperio se bañaban enfundados en una especie de camisones largos hasta los pies, o simplemente en pijama.
No fue hasta 1880 que Francia lanzó el primer modelo de traje de baño femenino. No era otra cosa que una adaptación de la ropa interior para que no pudiera suscitar el horros de las personas de buenas costumbres.
Este traje de baño fue patrocinado por en Norteamérica en 1851 por Amelia Bloomer quien se batía por la emancipación de la mujer. El traje permitía libertad de movimiento, y consistía en unos pantalones bombachos de estilo turco, abrochados a la altura de los tobillos sobre los cuales se llevaba una falda corta hasta las rodillas. El traje adoptó el nombre de su impulsora:  bloomer, usado por las enardecidas feministas como uniforme de combate, a pesar de las reacciones indignadas de las autoridades civiles.
Este atuendo playero, que terminó por imponerse, confeccionado con tejido de lana, se completaba con unas medias negras, zapatillas de cáñamo, y un gorro de tela embreada.
Los trajes de baño de caballero, solían ser una especie de combinación de camiseta y calzón hasta las rodillas.
Aquellos primitivos trajes de baño permanecieron con escasas modificaciones hasta después de la Primer Guerra Mundial.
A partir de 1918 la mujer se lanza a la conquista de nuevas posiciones en la sociedad, y de esta manera aparecen en las playas europeas el denominado maillot. Su irrupción es triunfal. El maillot de las damas, generalmente de color negro es muy parecido al de los caballeros. El modelo femenino tiene, en los primeros tiempos, forma de falda corta hasta medio muslo. Poco a poco se transforma, y sólo se diferencia del traje de baño masculino por su parte delantera en la que un esbozo de faldita cubre, púdicamente, la entrepierna.

Los escándalos de los furibundos moralistas de la época fueron tremendos. Las autoridades de muchos países establecen reglamentos tan grotescos como ineficaces. Se fijan, por ejemplo, los centímetros cuadrados que de superficie epidérmica que puede ir descubierta. Y aparecen en las playas las inspectoras de moral que, armadas con una cinta métrica, salían en persecución de las bañistas más descocadas.
Pero, como en tantas ocasiones ocurre, de nada sirvieron las medidas, y nada fue suficiente para detener la marcha de las mujeres hacia la igualdad con el hombre y hacia la conquista de un traje de baño simplificado y racional.

Los colores oscuros dieron paso a los vivos colores y a los estampados.
El 2 de junio de 1946 los aliados experimentaron la primera bomba atómica en la isla de Bikini en la Polinesia. La explosión dejó al islote casi totalmente desnudo de vegetación y vida.
Aquel verano aparece un nuevo modelo de bañador al que se le pondrá por nombre Bikini. Un reducido slip y mínimo sostén vuelven a levantar la polvareda y el escándalo; pero, de nuevo no sirvió para nada. Triunfó la versión moderna del bikini romano.
La moral imperante en la España de los años sesenta, me permitió contemplar una de las escenas más hilarantes que he vivido.
En mi ciudad natal estaban prohibidos los trajes de baños de dos piezas. En ausencia del mar el rio Jerte hacia las funciones de refresco; y allí las damas más atrevidas usaban bikini.
Acertó a pasar por una de las orillas del río un agente de la autoridad quien, al ver a una joven en traje de dos piezas, le dijo:
-           - Señorita, está prohibido llevar traje de baño de dos piezas.
A lo que la atrevida joven le respondió, haciendo ademan de quitarse el sujetador:
-           - ¿Cuál de las dos me quito?
El pobre guardia, viéndose blanco de las risas de los presentes, optó por dejar las cosas como estaban. Pues pensó que iba a ser peor el remedio que la enfermedad.

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