miércoles, 26 de junio de 2019

EL 98 ESPAÑOL ¿FUE DRAMATIZADO EN EXCESO?


Todas las potencias coloniales han sufrido un trauma al perder sus posesiones. La gravedad y las consecuencias de un trauma dependen no solo de la fuerza de la violencia exterior, sino de la resistencia y grado de salud del organismo que lo recibe; en nuestro caso, del organismo social. En general, no cabe duda de que algunos países como Holanda, Bélgica, o Francia han encajado bien el golpe de la perdida de sus colonias, en general más ricas e importantes que las de España.
Para nadie es un secreto que los citados países son Estados de bien cimentada constitución política, económicamente vigorosos y donde los problemas sociales están encauzados. El caso de Francia es parejo, aunque a la situación de postguerra haya que añadir dos largas contiendas- Indochina y Argelia- y la perdida de territorios tan estrechamente vinculado a la metrópoli como era esta última.
Cierto es que en tal trance naufragó la IV República, y advino al V; pero, fue un precio bajo ya que, con ello, quizá se evitó un enfrentamiento en la metrópoli.
El caso de España en el 98 es muy distinto. Al margen de otras consideraciones, hay que tener en cuenta que los tiempos no eran los mismos, España, pierde sus colonias en un momento de pleno auge del colonialismo; lo países antes mencionados, las pierden en una época de crisis del sistema que desembocará de inmediato en una liquidación casi total. En tales condiciones, los efectos no podían ser iguales.
Sin embargo, existe una indudable tendencia a la dramatización en nuestro país, así como una garrulería desbordada y un arsenal de retórica trasnochada, prácticamente inagotable y de efectos seguros.
Dice Melchor Fernández Almagro “para bien o para mal, el pueblo español es harto impresionable, y de la ciega exaltación, cayó en un abatimiento que le permitió al gobierno lanzar los cables que estimase oportuno a la cancillería de Washington en la seguridad de que todos experimentarían una sensación de alivio con el cese de la costosa e inútil sangría”.

Otro historiador Raymond Carr escribe acerca del desastre del 98:
La perdida de la mayor parte del imperio americano en los años veinte no había dejado huella psicológica, pues se perdió durante una guerra civil de los españoles metropolitanos contra los españoles coloniales. Cuba fue arrancada a España por la derrota a manos de una potencia extranjera a la que la prensa había enseñado a despreciar como una nación de vulgares tocineros.
La destrucción pública de la imagen de España como gran potencia convirtió la derrota en un desastre moral. La derrota acabó con la confianza ya minada por la depresión económica y por la confusión política, y fue atribuida al sistema político que había presidido el desastre. Tal imputación era injusta porque ningún sistema político podía salvar los últimos residuos de imperio colonial de una potencia de segunda categoría”
Hay que añadir, para explicar el espíritu del 98, que Cuba era una colonia muy vinculada a España, muchísimo más que cualquier otro territorio continental americano. Y también que el desastre, además de las dos derrotas navales espectaculares de Santiago y Cavite, tuvo una lamentable consecuencia: el ejército de 200.000 hombres que luchó en Cuba sufrió en combate, o de resultas de heridas de guerra, unas bajas relativamente reducidas. Sin embargo, las muertes provocadas por la fiebre amarilla y otras enfermedades llegaron a las sesenta mil. A estas cifras habría que añadir la de casi diez mil heridos que lograron sobrevivir al desastre.

La imagen de aquellos hombres famélicos y enfermos, que regresaron a la metrópoli, fue, quizás, una de las razones por las que el impacto de la derrota en la sociedad española fue muy superior al producido en los conflictos originados en las otras colonias, y que también ser perdieron.

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