Los dos
intentos del Imperio persa de sojuzgar a las ciudades griegas fracasaron en Maratón
(septiembre de 490) y en Salamina (septiembre de 480 antes de Cristo). La
primera fue una batalla terrestre, y la segunda, naval, y en ellas se ventiló el
triunfo de la forma de vivir que ha configurado la civilización occidental: la que
se centra en la persona y en su libertad, frente a la fuerza de la masa y del
mercenariado, típica de las culturas orientales. De donde la importancia de
Salamina, piedra miliar de la Historia.
Esquilo, el gran dramaturgo griego, en su obra Los
Persas desarrolla de manera sutil la desesperación del pueblo persa, al
ser vencidos por griegos en las Guerras Médicas.
Sorprende que los griegos, divididos en pequeños
Estados, pobres en recursos, desunidos políticamente, tuvieran la osadía de
oponerse a un Imperio como el persa.
No obstante, ese pueblo pequeño e individualista,
fue capaz de sentenciar a su favor el conflicto de más de cien años de duración,
al que dio por concluido con la batalla naval de Salamina.
Jerjes, con un ejército de más de dos millones de
hombres, atraviesa el Helesponto; construyendo para ello un puente de barcas.
Por mar envió el soberano persa una flota de mil trescientos
trirremes.
Cuando Jerjes, henchido de soberbia, pregunta
despectivamente al espartano Demorato
- ¿Se
atreverán los griegos a combatir?
Este le responde:
-
Los
griegos son temibles porque son pobres. No contéis su número. Los espartanos,
aún solos os aguardarán a pie firme porque tiene un señor poderoso que es la
Ley, la cual les impone la obligación de vencer, o morir”
Palabras que son corroboradas por lo acontecido en
la Batalla de las Termópilas, llave de la Grecia septentrional. Leónidas no
pudo frenar al ejército de Jerjes; pero, la lucha fue sangrienta y en los
combates perdió la vida de manera heroica.
Los invasores persas parecen dueños de la situación;
pero, Jerjes sabe que es esencial destruir la escuadra griega para lograr el
triunfo final.
Temístocles, gran estratega, conoce las
dificultades de enfrentarse en mar abierto, y se enfrenta al generalísimo de la
escuadra Euríbiades, quien levantó el bastón de mando contra aquel. A lo que
Temístocles respondió con esta frase:
-“¡Pega, pero escucha! Debemos proteger Salamina donde
se han refugiado los habitantes de Atenas”.
Temístocles a base de falsas informaciones hizo
caer al soberano persa en la trampa, lo que hizo cambiar de opinión a los,
comprendiendo que solamente la unión les puede llevar a la victoria.
La adecuada estrategia de los griegos provoca gran
daño en las naves persas, pero el más alto bordo de estas sobre las helenas
hace imposible el abordaje hace posible que los famosos arqueros persas
demuestren sus habilidades.
Las naves persas inmovilizadas, e incapaces de
maniobrar por su pesadez son empujadas inexorablemente hacia la cercana costa.
Temístocles prosigue su triunfal avance. Ya no existe
línea de combate persa. Su antes flamante escuadra semeja un rebaño aterrorizado
al que azota la tempestad.
La diezmada escuadra de Jerjes huye, perseguida, en
busca de refugio.
“El mar
resuena en sollozos a la caída de la tarde, hasta que la hora en que la noche
con su negro semblante, ocultó a nuestro rey Jerjes la vista de su vencedor”
Esto escribió Esquilo al final de la tragedia.
Se estiman en cincuenta mil las bajas que sufrieron
las tripulaciones de la flota de Jerjes en Salamina y en diez mil las de los
griegos.
En aquel memorable y sangriento hecho histórico se
enfrentaron dos formas de vivir. Cada contendiente luchó por móviles distintos.
Los griegos, símbolo de la independencia, de la libertad
de pensamiento, de la iniciativa genial del hombre. El ejercito persa,
mercenario y sin ideales, significa la anulación de la personalidad; la fuerza
de la masa anteponiéndose a la fuerza del espíritu: el dinero o la esclavitud
como único pago al riesgo de perder la vida.