viernes, 17 de mayo de 2019

HISTORIA Y LEYENDA DE LA QUINA


La “cascarilla” corteza peruana o quina, es uno de tantos remedios vegetales indianos procedente de la acción civilizadora y colonizadora que España llevó a cabo desde el siglo XV en tierras de América.
La historia de los primeros antipalúdicos que llegó a constituir un arma eficaz contra la Malaria, va estrechamente vinculada a una egregia dama, a una virreina de España, sevillana, que en el siglo XVII acompañara a su marido. De generación en generación, quina, y condesa de Chinchón van unidas.
Tres son las fechas que se barajan sobre la utilización eficaz de la Quina. El padre Rubén Vargas, afirma que la curación de doña Francisca con la cascarilla peruana debió ocurrir entre abril o mayo de 1629. Opinión que comparte Alonso Cortés.
Otros estudiosos de los episodios palúdicos sitúan esa fecha en 1634 y en 1638, aunque de ninguna de ellas puede afirmarse con rotundidad que sea la cierta.
Un hecho que desconcierta es que el prolífico “Diario de Lima” que no da referencias claras del hecho de la enfermedad de la condesa, como tampoco de su curación. Sólo cabe basarse, aunque con reservas, en los testimonios de Badó, médico del cardenal de Lugo; y de Pedro Barba protomédico real. Ellos recogen el suceso, y cabe admitir la fecha de 1638 como la del tratamiento de la condesa de Chinchón con la cascarilla peruana.
No obstante, la revelación de las virtudes terapéuticas fue hecha a los misioneros jesuitas españoles ocho años antes, y estos enviaron cortezas a España.
Aceptada la fecha de su aplicación a la enferma, las opiniones sobre la forma y circunstancias que concurrieron en la aplicación de remedio.
Resulta difícil admitir que el tratamiento de tal responsabilidad, por la paciente y por la novedad se confiara a gentes ajenas a la profesión médica. Máxime cuando el conde de Chinchón se caracterizó por sus sabias disposiciones llamadas a poner orden en la caótica situación del ejercicio profesional, limitando las atribuciones de curanderos, romancistas y barberos. Teniendo, además, su médico real.
No es fácil aceptar la intromisión en el palacio virreinal de personas sin título facultativo, el famoso y legendario corregidor de Loja. Por ello es lógico aceptar que quien intervino en la cuestión fue el doctor Vega, medico real, que, como es natural, procuraría saber qué iba a administrar, y que garantías le ofrecía el precioso vegetal.
Los jesuitas, aparte del importante papel de conocedores del arcano gracias a la labor misionera y evangelizadora y la no menos importante de introductores de la cascarilla peruana en la metrópoli, quizá pudieron sugerir el tratamiento en el palacio virreinal, donde tenían influencias por su cometido habitual de confesores y asesores.
Lo que parece absurdo es que un corregidor de una comarca leja fuera quien experimentara en los hospitales y curara a la dama enferma. Maxime cuando en Lima existía en ese tiempo Facultad de Medicina.
No cabe duda del conocimiento que corregimientos enclavados en zonas de quinas tuvieran de las virtudes terapéuticas de la cascarilla; pero, resulta poco asumible que ello pueda relacionarse con un tratamiento vinculado al primitivo conocimiento de la quina.
Los jesuitas, como transmisores cerca del virrey de la revelación, poseedores de alguna experiencia propia y ajena, y los médicos de los hospitales de Lima confirmando por orden del protomédico aquella, justifican la intervención de la única persona capaz de asumir la responsabilidad del tratamiento: el doctor Juan de la Vega, protomédico del Reino del Perú.

Pero, pudo ocurrir esto otro.
Consuelito, la doncella de doña Francisca, se acercó.
- Mi Señor, a mí me gustaría poder ayudar a sanar a la Señora.
- Gracias, Consuelito, lo único que puedes hacer es rezar a Dios como ella te ha enseñado.
- Usted disculpe, mi Señor... pero en mi poblado, cuando alguien tiene esas fiebres, se hace una cocción de una planta que llamamos quinina... y da muy buenos resultados...
El virrey, apenas si le hizo caso.
Pero...
Una noche, cuando todos se retiraron a descansar, la fiel Consuelito se deslizó hasta las dependencias de la Señora, Portaba una jarrita de barro con una poción que siempre habían usado sus antepasados para curar estas fiebres.
- "Mamacita", aunque el señor médico y su esposo no quieren, yo le traigo esto que le va a curar de su mal.
La suma debilidad a que había llegado la Virreina no le permitía decir palabra, pero con un leve movimiento de sus ojos animó a la india y bebió el contenido de la jarra que le acercaba a los labios.
Durante las noches siguientes se repitieron las dosis de la medicina que la sirvienta se ocupaba de suministrarle a hurtadillas y los progresos en la salud de la Señora ya no los podía justificar el galeno por sus "milagrosas" cataplasmas que la enferma se había negado a soportar.
Fue ella misma quien se encargó de comunicar a su esposo la causa de su mejoría y a partir de ese momento se le empezó a suministrar en dosis y cadencias más adecuadas, de acuerdo con los hábitos curativos de los nativos. Los resultados fueron espectaculares: la Virreina se recuperó en pocas semanas y su esposo se pudo ocupar de sus obligaciones oficiales.
Como en tantos episodios de la historia, cada uno se quedará con la versión que más le convenza.



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