sábado, 18 de mayo de 2019

HISTORIA DEL BAÑO EN BAÑERA


La higiene corporal es una conquista de nuestro tiempo. Pero el baño es tan antiguo como el hombre y en determinadas civilizaciones- la helénica, la ramona- fue muy general. Sin embargo, la bañera, pese a su ilustre ascendencia, fue utilizada con moderación y reparo. Salvo, como ocurría en la baja Edad Media, el baño era lugar y ocasión de situaciones galantes.
“María vaya a encargar un baño para la semana que viene”
Encargar un baño era una especie de acontecimiento de la vida burguesas de nuestros abuelos y bisabuelos. En el día elegido toda la familia, en pie desde la aurora, esperaba la llegada de una carretilla con una gran bañera de cobre y un barril calorífugo que contenía agua caliente.
La madre era la que primero se bañaba, seguida por su esposo; por último los niños, que chapoteaban hasta que el agua se enfriaba. Mientras llegaban a retirar la cuba, se aprovechaba el agua para bañar al perro.
Sin embargo, tomar un baño no era un lujo al alcance de todos los bolsillos. Un parisino de 1836 gastó 3,26 francos en sus dos o tres baños anuales. Ese mismo año el parto de su esposa le costó un franco y dos céntimos.
Uno de los primeros baños que nos narra la historia fue el preparado para Ulises por una sirvienta de la hechicera Circe.
Debemos nuestras bañeras a los sibaritas. Antes de la colonización de Sibaris, lo griegos usaban barreños circulares en los que podían bañarse varias personas. Los sibaritas preferían la bañera individual de plata o piedra pulimentada, y los atenienses adoptaron esa costumbre. La tradición exigía ofrecer un baño a los huéspedes antes de sentarse a la mesa. El ama de casa los bañaba personalmente; quien no titubea en rascarles la espalda con un strigilis si ello era necesario.
Fueron los romanos quienes llegaron más lejos en el arte de tomar un baño, al que calificaban como baño de hermosura.
En el apodyterium, el bañista era perfumado con esencias y aceites aromáticos. Antes de sumergirse en la bañera sudaba abundantemente en el  caldarium para eliminar grasa. Des pues del baño, los esclavos le pasaban el strigilis por el cuerpo, le daban masaje, y lo depilaban con ayuda de pastas preparadas con pez y resina.
Cuando se evoca la historia de la bañera, no es posible silenciar a la emperatriz Popea, a la que siempre acompañaba su bañera de plata y quinientas burras que le suministraban leche en la que se bañaba para conservar la blancura de su piel.

Contra lo que se suele afirmar, la Edad Media fue limpia. Apenas salía el sol, se oída gritar en Paris:
-“ Les bains sont chauds, c’est sans mentir” ( “Los baños están caliente, es cierto”).
Con el Renacimiento la suciedad “oficial” dio de nuevo sus primeros pasos. Empezose entonces a preferir la ocultación de la mugre bajo los ungüentos, y a disimular el hedor mediante esencias.
Mujeres había que se paseaban durante todo el día con esponjas perfumas colgadas de las exilas para no oler a espalda de cordero.
Los baños públicos desaparecieron a mediados del siglo XVI, y la gente, incluso en sus casas comenzó a bañarse cada vez menos.
Por esa época hizo su aparición  el baño medicinal . A las mujeres nerviosas se les recomendaba tomar baños de camomila o agua de rosas.
Al alborear el siglo XVII, tan solo las cortesanas, y algunas excéntricas, se lavaban algo más que la cara o las manos.
Se pudieron leer expresiones de este tenor: “Yo, que jamás he tomado un baño, no por ello me encuentro mal, gracias sean dadas a Dios”.
¡Bañarse era considerada una práctica perniciosa!
El doctor Jean Renou decía:
-“ Nunca hay que lavarse la cabeza, rara vez los pies, y a menudo las manos”.
Theodophraste Renaudot, fue más lejos afirmando:
-“Aparte del uso de la medicina, el baño no solo es superfluo, sino también muy perjudicial para los hombre, y mata el fruto en el vientre de las madres”.

Tomar un baño tenía consideración parecida a la de emprender una expedición.
Richelieu llego a decir:
-“ El señor marqués de Effiat ha ido a bañarse; espero que regrese mañana”.
Durante el reinado de Luis XVI, las bañeras reaparecieron en algunas villas y casas burguesas, aunque en ocasiones la carencia de agua agudizó el ingenio, creándose bañeras de bajo consumo; o bien usando trucos para aminorar el gasto del preciado líquido.
Durante muchos años el baño fue considerado un elemento, digamos, diferenciador de las clases más adineradas, dando lugar a todo un arte en el diseño y el uso del mismo, con practicas que hoy no dudaríamos en calificar de estrafalarias. Pero, eran otros tiempos, y , como todo en esta vida, hay situarlo en el contesto en que eso ocurría.






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