La higiene
corporal es una conquista de nuestro tiempo. Pero el baño es tan antiguo como
el hombre y en determinadas civilizaciones- la helénica, la ramona- fue muy
general. Sin embargo, la bañera, pese a su ilustre ascendencia, fue utilizada
con moderación y reparo. Salvo, como ocurría en la baja Edad Media, el baño era
lugar y ocasión de situaciones galantes.
“María vaya a encargar un baño para la semana que
viene”
Encargar un baño era una especie de acontecimiento
de la vida burguesas de nuestros abuelos y bisabuelos. En el día elegido toda
la familia, en pie desde la aurora, esperaba la llegada de una carretilla con
una gran bañera de cobre y un barril calorífugo que contenía agua caliente.
La madre era la que primero se bañaba, seguida por
su esposo; por último los niños, que chapoteaban hasta que el agua se enfriaba.
Mientras llegaban a retirar la cuba, se aprovechaba el agua para bañar al
perro.
Sin embargo, tomar un baño no era un lujo al
alcance de todos los bolsillos. Un parisino de 1836 gastó 3,26 francos en sus
dos o tres baños anuales. Ese mismo año el parto de su esposa le costó un
franco y dos céntimos.
Uno de los primeros baños que nos narra la historia
fue el preparado para Ulises por una sirvienta de la hechicera Circe.
Debemos nuestras bañeras a los sibaritas. Antes de la colonización de Sibaris, lo griegos usaban
barreños circulares en los que podían bañarse varias personas. Los sibaritas preferían la bañera individual
de plata o piedra pulimentada, y los atenienses adoptaron esa costumbre. La
tradición exigía ofrecer un baño a los huéspedes antes de sentarse a la mesa.
El ama de casa los bañaba personalmente; quien no titubea en rascarles la
espalda con un strigilis si ello era
necesario.
Fueron los romanos quienes llegaron más lejos en el
arte de tomar un baño, al que calificaban como baño de hermosura.
En el apodyterium,
el bañista era perfumado con esencias y aceites aromáticos. Antes de sumergirse
en la bañera sudaba abundantemente en el caldarium para eliminar grasa. Des pues
del baño, los esclavos le pasaban el strigilis
por el cuerpo, le daban masaje, y lo depilaban con ayuda de pastas preparadas
con pez y resina.
Cuando se evoca la historia de la bañera, no es
posible silenciar a la emperatriz Popea, a la que siempre acompañaba su bañera
de plata y quinientas burras que le suministraban leche en la que se bañaba
para conservar la blancura de su piel.
Contra lo que se suele afirmar, la Edad Media fue
limpia. Apenas salía el sol, se oída gritar en Paris:
-“ Les bains
sont chauds, c’est sans mentir” ( “Los baños están caliente, es cierto”).
Con el Renacimiento la suciedad “oficial” dio de
nuevo sus primeros pasos. Empezose entonces a preferir la ocultación de la
mugre bajo los ungüentos, y a disimular el hedor mediante esencias.
Mujeres había que se paseaban durante todo el día
con esponjas perfumas colgadas de las exilas para no oler a espalda de cordero.
Los baños públicos desaparecieron a mediados del
siglo XVI, y la gente, incluso en sus casas comenzó a bañarse cada vez menos.
Por esa época hizo su aparición el
baño medicinal . A las mujeres nerviosas se les recomendaba tomar baños de camomila
o agua de rosas.
Al alborear el siglo XVII, tan solo las cortesanas,
y algunas excéntricas, se lavaban algo más que la cara o las manos.
Se pudieron leer expresiones de este tenor: “Yo, que jamás he tomado un baño, no por
ello me encuentro mal, gracias sean dadas a Dios”.
¡Bañarse era considerada una práctica perniciosa!
El doctor Jean Renou decía:
-“ Nunca hay
que lavarse la cabeza, rara vez los pies, y a menudo las manos”.
Theodophraste Renaudot, fue más lejos afirmando:
-“Aparte del
uso de la medicina, el baño no solo es superfluo, sino también muy perjudicial
para los hombre, y mata el fruto en el vientre de las madres”.
Tomar un baño tenía consideración parecida a la de
emprender una expedición.
Richelieu llego a decir:
-“ El señor
marqués de Effiat ha ido a bañarse; espero que regrese mañana”.
Durante el reinado de Luis XVI, las bañeras
reaparecieron en algunas villas y casas burguesas, aunque en ocasiones la
carencia de agua agudizó el ingenio, creándose bañeras de bajo consumo; o bien usando trucos para aminorar el gasto del
preciado líquido.
Durante muchos años el baño fue considerado un elemento,
digamos, diferenciador de las clases más adineradas, dando lugar a todo un arte
en el diseño y el uso del mismo, con practicas que hoy no dudaríamos en calificar de estrafalarias. Pero, eran otros tiempos, y , como todo en esta
vida, hay situarlo en el contesto en que eso ocurría.
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