La ascensión
social de Teodora es espectacular: de actriz galanteada, hija de un empleado del
hipódromo, a esposa del emperador Justiniano sobre el cual ejerció gran influencia.
Pero son muchos los que creen que el historiador Propio, difamador sistemático
de Justiniano, y de quien proceden la mayor parte de las noticias, no fue veraz.
Era pequeña, de cabello castaño, blanca de piel.
Bonita y graciosa. Los contemporáneos describen así a Teodora. Su única efigie
cierta se encuentra en el famoso ábside de San Vitael, en Rávena. Sus ojos eran
penetrantes y vivos. En el momento en el que el artista compuso el mosaico Teodora
se acercaba al fin de su vida.
¿De dónde procedía? Según el obispo Juan de Éfeso: “De un burdel”. Su padre era cuidador de
osos en el famoso Hipódromo de Bizancio. A la muerte de este su hermana mayor
actuó como artista en los intermedios del Hipódromo y Teodora se encargaba del
vestuario.
En los días de gran fiesta el pueblo de Bizancio invadía
el Hipódromo desde la víspera. Pasaba la noche en las gradas. En ellas se
dormía apoyando las cabezas en unos pequeños almohadones hechos de hojas y de
junto.
El día de los festejos la ciudad quedaba
literalmente vacía. Todo estaba cerrado. Era como si una epidemia la hubiera
asolado.
El emperador en persona daba la salida a la primera
carrera. En las carreras competían dos equipos: Los verdes y los azules.
Los bastidores del Hipódromo no era el lugar más adecuado
para que se educara una niña. Era un mundo marginal: criados, chulos, rufianes,
y pillos de todo genero eran sus habitantes. Según Procopio, Teodora, al no
estar formada como mujer para hacer el amor otorgaba otros favores a los
hombres viciosos y desnaturalizados.
Cuando creció se convirtió inmediatamente en vedette, inaugurando una forma de
espectáculo en el que, sin exageración se puede ver el precedente del strip tease. Con ello logró gran número
de admiradores, y sus noches estaban ocupadas hasta el alba.
A los quince años tuvo su primer hijo, un niño; y
un poco más tarde, nació una niña.
Las costumbres bizantinas en la época de la joven Teodora
estaban perfectamente corrompidas. La prostitución alcanzaba su cenit.
Un sirio de nombre Hekobolos, se enamoró de ella y
quiso sacarla del barro; llevándosela
consigo al ser nombrado gobernador de Pentapolia. Fue una corta experiencia.
Cuando Teodora regresó a Constantinopla, había sido
nombrado emperador el jefe de la guardia imperial: Justino; un viejo soldado,
enteramente analfabeto e ignorante de los asuntos públicos. Ayudado por su
sobrino Justiniano, un tipo cultivado, astuto e inteligente, ejerció gran
influencia sobre su tío llegando a ser el segundo hombre más poderoso del
imperio.
¿Cómo y cuando conoció Justiniano a Teodora? es
algo que se desconoce. Lo único que se sabe con certeza es que se enamoró de ella
apasionadamente.
El imprescindible Procopio nos dice: “Teodora era
para él el encanto más dulce... Se sentía dichoso otorgándole todos sus favores...”
Lo cierto es que desde el principio Teodora obtuvo
de Justiniano todo cuanto quiso. Fue nombrada noble; pero, ella quería más: el
matrimonio.
Para lograr su objetivo se tuvo esperar a la muerte
de la emperatriz, que se oponía a la boda; pero, la boda llegó.
La antigua actriz, acostumbrada a los burdeles,
acabó por instalarse en el Palacio imperial.
En una de las múltiples rebeliones que proliferaran
en Bizancio, Justiniano decidió huir, a lo que Teodora se negó, logrando que el
emperador hiciera frente a la conjura, logrando la victoria. Se puede decir que
Justiniano conservó el imperio gracias a Teodora.
Si Justiniano conservó el trono; pero, desde ese
momento ella dominó la política de Bizancio.
Sin embargo, la ambición de Teodora no se para ahí,
y quiso reinar en la cristiandad. Habiendo muerto el Papa Agapito, Teodora
concibió la idea de nombrar sucesor a su hijo Vigilio, quien prometió a su
madre implantar la doctrina monofisita como la única verdadera.
Todo sucedió según lo planeado y Vigilio llegó al
solio pontificio; pero, este olvido la promesa realizada, y el monofisismo no
se implantó; por lo que Teodora tuvo que contentarse con la política interior.
Victima de un cáncer, esta mujer, sin par en la
historia, murió el 28 de junio de 548, a los cuarenta y siete años. Apasionada
por lo honores en vida, estos no le faltaron a su muerte. El Papa Vigilio
presidió todas las ceremonias. Fue sepultada en un sarcófago de oro.
El maestro de ceremonias gritó:
“¡Descansa en
paz Basilisa! ¡El Rey de reyes te llama, el Señor de Señores!
Texto de Alain Decaux
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