Cuando la
historia bíblica se sitúa en el contorno de los acontecimientos profanos
aparece con sus valores humanos, sin perder nada de trascendencia y de su
misterioso testimonio. Lucas, en evangelista más experto en humanidades cultas,
que con un rasgo de ironía satiriza el nepotismo y la venalidad del viejo Sumo
Sacerdote Anás, al comenzar la biografía de Jesús precisa los datos históricos
del tiempo en que escribe: el año decimoquinto del emperador Tiberio y facilita
el nombre del gobernador de Judea, el de los tetrarcas de la región, y del “Sumo
Sacerdote Anás y Caifás”.
Apenas instalado en Palestina, Valerio Grato depuso
al sumo sacerdote Anás que llevaba nueve años en el cargo.
Tras una intensa búsqueda Valerio dio con la figura
que fuera signo de seguridad y continuidad. Un personaje incoloro, del que no sabríamos
absolutamente nada de no haber tenido la fatalidad de verse comprometido como
presidente del tribunal en el juicio más celebre de la Historia. Era un tal
José, por sobre nombre Caifás, que era yerno de Anás. Un posible dato de su
puritanismo fue el estar casado con la hija de un sacerdote. Tuvo el mérito de
haber resistido en su posición, no sólo hasta terminar Valerio su mandato, sino
durante la prefectura del no menos famoso Poncio Pilato. Dieciocho años de
permanencia en el sumo pontificado fue caso único en la época. Cabría preguntarse
a precio de qué actitudes. Pilato fue un antijudío y sanguinario. Sus
arbitrariedades y represiones provocaron protestas públicas del pueblo y la
nobleza, a veces a nivel heroico. Los mismos hijos de Herodes se le
enfrentaron, sin sombra de acción por parte de Caifás. Incluso cuando el
prefecto echó mano del tesoro del templo para subvencionar obras públicas.
Cuando los abusos de Pilato rebasaron el límite de
la prudencia política del imperio, fue depuesto y procesado. El mismo legado
que le removió, Vitelio, depuso también a Caifás.
Pero permaneció inmutable el verdadero pontífice,
Anás, quien logró serlo a través de sus descendientes Jonatan, Teófilo, Matías,
y Ananos junior. Era este último patriota elocuente, dinámico, eficaz, al que
dejaron gobernar muy pocos meses. Murió durante la guerra contra los romanos,
asesinado en Jerusalén por orden de los extremistas del propio país.
Al haber logrado colocar a tantos miembros de su
estirpe, logró atesorar una inmensa riqueza, por lo que fue odiado y envidiado
a partes iguales.
Cuando el Profeta de Nazaret les desautorizó
públicamente en el templo, hirió la fibra más sensible de la familia
sacerdotal; algo que no se lo iban a perdonar. Como él pensaba el pueblo: dice
el Talmud: ¡Fuera de este lugar hijos de
Helí: habéis profanado la casa de nuestro Dios!
Es bien sabido la intervención conjunta de Caifás y
Anás en el proceso de Jesús, y su relativo entendimiento con el poder romano. San
Juan Atribuye a Caifás, por reverencia al cargo, un atisbo de profecía cuando
afirmó sentenciosamente en una previa reunión privada (que suelen llamar al mal
consejo) que debía morir un solo hombre por todo el pueblo, a fin de que no
pereciese la nación. Con esta frase, poco original, quería impresionar a sus
compañeros de sanedrín invocando el fantasma de una intervención armada de los
romanos si Jesús seguía difundiendo su mensaje.
Algunas iglesias de Siria creyeron, con ilimitado
optimismo, que Caifás se había pasado, años más tarde, a la fe cristiana. No así
Dante, que extrema contra él la crueldad de su imaginación al situarlo en lo
más hondo del infierno, crucificado en tierra sintiendo y sintiendo sobre su
cuerpo el paso de la eterna procesión de los hipócritas.
Oficialmente y en superficie fue Caifás el Sumo
Sacerdote. Realmente y entre bastidores, lo fue Anás. Síntesis de mediocridad
incolora y astucia sibilina. Comprensión para un pueblo bajo tales pastores.
Texto de Isidro Gomá Civit
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