lunes, 27 de mayo de 2019

BAJO EL SUMO SACERDOTE ANAS Y CAIFAS


Cuando la historia bíblica se sitúa en el contorno de los acontecimientos profanos aparece con sus valores humanos, sin perder nada de trascendencia y de su misterioso testimonio. Lucas, en evangelista más experto en humanidades cultas, que con un rasgo de ironía satiriza el nepotismo y la venalidad del viejo Sumo Sacerdote Anás, al comenzar la biografía de Jesús precisa los datos históricos del tiempo en que escribe: el año decimoquinto del emperador Tiberio y facilita el nombre del gobernador de Judea, el de los tetrarcas de la región, y del “Sumo Sacerdote Anás y Caifás”.
Apenas instalado en Palestina, Valerio Grato depuso al sumo sacerdote Anás que llevaba nueve años en el cargo.
Tras una intensa búsqueda Valerio dio con la figura que fuera signo de seguridad y continuidad. Un personaje incoloro, del que no sabríamos absolutamente nada de no haber tenido la fatalidad de verse comprometido como presidente del tribunal en el juicio más celebre de la Historia. Era un tal José, por sobre nombre Caifás, que era yerno de Anás. Un posible dato de su puritanismo fue el estar casado con la hija de un sacerdote. Tuvo el mérito de haber resistido en su posición, no sólo hasta terminar Valerio su mandato, sino durante la prefectura del no menos famoso Poncio Pilato. Dieciocho años de permanencia en el sumo pontificado fue caso único en la época. Cabría preguntarse a precio de qué actitudes. Pilato fue un antijudío y sanguinario. Sus arbitrariedades y represiones provocaron protestas públicas del pueblo y la nobleza, a veces a nivel heroico. Los mismos hijos de Herodes se le enfrentaron, sin sombra de acción por parte de Caifás. Incluso cuando el prefecto echó mano del tesoro del templo para subvencionar obras públicas.
Cuando los abusos de Pilato rebasaron el límite de la prudencia política del imperio, fue depuesto y procesado. El mismo legado que le removió, Vitelio, depuso también a Caifás.
Pero permaneció inmutable el verdadero pontífice, Anás, quien logró serlo a través de sus descendientes Jonatan, Teófilo, Matías, y Ananos junior. Era este último patriota elocuente, dinámico, eficaz, al que dejaron gobernar muy pocos meses. Murió durante la guerra contra los romanos, asesinado en Jerusalén por orden de los extremistas del propio país.
Al haber logrado colocar a tantos miembros de su estirpe, logró atesorar una inmensa riqueza, por lo que fue odiado y envidiado a partes iguales.

Cuando el Profeta de Nazaret les desautorizó públicamente en el templo, hirió la fibra más sensible de la familia sacerdotal; algo que no se lo iban a perdonar. Como él pensaba el pueblo: dice el Talmud: ¡Fuera de este lugar hijos de Helí: habéis profanado la casa de nuestro Dios!
Es bien sabido la intervención conjunta de Caifás y Anás en el proceso de Jesús, y su relativo entendimiento con el poder romano. San Juan Atribuye a Caifás, por reverencia al cargo, un atisbo de profecía cuando afirmó sentenciosamente en una previa reunión privada (que suelen llamar al mal consejo) que debía morir un solo hombre por todo el pueblo, a fin de que no pereciese la nación. Con esta frase, poco original, quería impresionar a sus compañeros de sanedrín invocando el fantasma de una intervención armada de los romanos si Jesús seguía difundiendo su mensaje.

Algunas iglesias de Siria creyeron, con ilimitado optimismo, que Caifás se había pasado, años más tarde, a la fe cristiana. No así Dante, que extrema contra él la crueldad de su imaginación al situarlo en lo más hondo del infierno, crucificado en tierra sintiendo y sintiendo sobre su cuerpo el paso de la eterna procesión de los hipócritas.
Oficialmente y en superficie fue Caifás el Sumo Sacerdote. Realmente y entre bastidores, lo fue Anás. Síntesis de mediocridad incolora y astucia sibilina. Comprensión para un pueblo bajo tales pastores.

Texto de Isidro Gomá Civit



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