Quizá ningún otro caso criminal del último
cuarto del ochocientos español produjo tan inusitada expectación y un oleada
tal de pasión como el crimen de la calle de Fuencarral. En él se mezclaron los
problemas estrictamente policiacos con la suspicacia de un trato de favor hacia
ciertas personas implicadas en el crimen. Todo ello desembocó en un movimiento
de opinión encabezado por algunos periódicos que se contaban entre los más prestigiosos
de la capital de España. Se reunieron muchas personas en una “acción popular” encaminada
a costear una acusación privada. Al margen del resultado final, el hecho señala
un hito en la historia de la prensa española al mostrar que el sensacionalismo
es, en el campo periodístico, un un filón de rendimiento inigualado: nunca los periódicos
madrileños habían alcanzado tiradas tan elevadas como aquellos meses durante
los cuales “el crimen de la calle de Fuencarral” estuvo en todas y cada una de
las calles madrileñas.
La mañana del 2 de julio de 1888 y a instancias del
portero de la finca Manuel Triviño el delegado de vigilancia solicitó permiso
judicial para entrar en el numero 109 por haber señales de incendio.
Al entrar el juez se advierte la presencia de dos
mujeres. La primera en una de las alcobas, muerta, y con la mitad del cuerpo
carbonizado. La segunda se encontraba en la cocina desvanecida, aunque pudo
declarar que encontró al llegar la noche anterior a la señora en compañía de un
caballero que la ordenó acostarse, cosa que hizo hasta que una densa humareda
la despertó.
La autopsia desveló que la víctima, mujer viuda de saneados
ingresos que vivía con su hijo, joven de conducta irregular, había recibido
tres cuchilladas en el pecho, mortales de necesidad.
El juez imputó a la criada Higinia, y tomó
declaración al hijo de la finada, preso en la Cárcel Modelo.
En el registro ocular se detecto un hatillo que
contenía alhajas y objetos de valor. El incendio se determinó que había sido
provocado para ocultar las causas de la muerte.
El señor Millán, amigo de la finada, y director de
la cárcel Modelo, se entrevistó con la acusada
de quien logró que confesara el crimen, perpetrado para robar a la víctima;
y que roció el cuerpo con petróleo para borrar las huellas. Incriminó a Dolores
Ávila a quien dijo haber entregado el producto del robo. Hechos que esta negó,
a pesar de lo cual fue encarcelada.
En medio de la confusión Higinia solicitó hablar
con el juez instructor al que declaró que todo dicho hasta ese momento había
sido mentira. Que había entrado al servicio de la victima inducida por el señor
Millán director de la cárcel modelo; y con la misión de franquear la entrada al
hijo de la victima para que le robrar, y a cambio de este servicio recibiría
una gratificación. Acuso al señorito del crimen, y al señor Millán de haberlo
planeado.
Tras un careo entre ambos, el juez determino, la
detención de este.
No obstante las posturas contrapuestas de los
acusados, algunos hechos pudieron ser constatados que apuntaban a una relación
de privilegio que el preso, hijo de la víctima, recibía por parte del señor
Millán, quien le permitía salir de la prisión sin ninguna cortapisa.
En medio de este dilema, la prensa, que hasta ese
momento había tratado el caso de forma meramente informativa, cambio de línea
haciendo de la información del crimen una especie de tribuna desde la que
condenar las irregularidades del proceso, y la discriminación que estaba
llevando la Justicia.
Con las contradictorias declaraciones de los implicados
la confusión era absoluta; un puzzle de casi imposible resolución. En medio de
aquel cruce acusaciones, los representantes de los principales diarios
madrileños decidieron entablar una acción popular para poder intervenir
de un modo directo y eficaz en su labor de servicio a la Justicia. Se
recaudaron fondos y el asunto se encargo al letrado Fernando Silvela, quien
rechazó el encargo aduciendo motivos políticos. Tampoco les paró las quejas del
presidente del Tribunal Supremo Montero Rios, quien consideraba la iniciativa
una intromisión.
Los interrogantes que la acción popular tenía
eran aireados a los cuatro vientos con toda la fuerza de los caracteres tipográficos,
a los cuatro vientos.
Mientras lo madrileños contestaban, cada uno a su
manera a los interrogantes, llegó la fecha del juicio. Un juicio que se celebraría
a puerta abierta.
El interés por el proceso creció desmesuradamente
al enterarse la opinión pública de que el ex presidente de la República Nicolás
Salmerón se encargaba de la defensa de Higinia Balaguer.
El día de la lectura de la sentencia, más de cinco
mil personas se agolpaban a las puertas de la Audiencia para ver a los
acusados, y escuchar la sentencia. Una sentencia que condenó a Higinia a la
pena capital, y absolvía al hijo de la víctima y al director de la cárcel
modelo. Estas dos absoluciones fueron consideradas un flagrante atentado a los
más elementales principios de la Justicia.
Pero, de nada sirvió el recurso al Tribunal
Supremo; quien, más de un año después ratificó la sentencia de la Audiencia Provincial
de Madrid. Una decisión que llegó a provocar las más airadas protestas y graves
alteraciones del orden público.
De nada sirvieron las peticiones de indulto que en
favor de la condenada a muerte se elevaron. El día 19 de julio de 1890, la
sentencia fue ejecutada a Higinia murió a la edad de 28 año a manos del
verdugo. Un agarrotamiento al que asistieron más de veinte mil personas.
¡Dolores,... catorce mil duros! Estas
fueron las últimas palabras de Higinia Balaguer al ser ejecutada.
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