El
cine convertirá en figura de actualidad a Luis II de Baviera, llamado el rey
loco por sus excentricidades. Fue un príncipe romántico, idealista, soñador,
melancólico y sujeto a crisis de exaltación. Sus desviaciones fueron motivo de escándalo.
Pero
más allá de estas excentricidades queda la figura de un rey de Baviera que vivió
como tal una época difícil y que lo hizo con habilidad y sin bajezas: nos
referimos a la unificación de Alemania bajo la égida de Prusia; episodio
trascendente que merece ser tratada con una amplitud que excede a estas líneas.
En
el Castillo del alto país del cisne, un chiquillo de unos trece años,
tez pálida, cabellos negros y ojos inmensos de color azul, extremadamente guapo
y esbelto contempla absorto el esplendoroso paisaje que le rodea. La
imaginación del futuro Luis II vaga por los senderos de la leyenda de los
relatos fascinantes del viejo mayordomo Josef.
El
niño parece transportado a aquel desierto de abetos y cimas orgullosas que
circundan la fortaleza.
Unas
pisadas interrumpen las meditaciones del príncipe. Su educación espartana debe
seguir, pese a las delicias del estío.
A
despecho de las extravagancias de algunos de sus soberanos como Luis I, el
pueblo bávaro idolatraba a su familia real. La dinastía y la religión eran dos
elementos estrechamente emparentados.
María
de Prusia casa con Maximiliano II transmitió a los dos hijos que nacieron los gérmenes
de la demencia de la casa de Hohenzollern de tan funestas consecuencias para el
linaje de Baviera.
El
príncipe Luis nació el 25 de agosto de 1845.Su infancia fue triste. Vivía
aislado, separado del mundo. Desde mu
pequeño se le inculcó el “sentido de la realeza”. Su incipiente orgullo
se vio moderado por una timidez casi anormal.
Hasta
los 14 años no tuvo otro compañero de juegos que su hermano Otón. Lo que le
llevó a encerrarse en sí mismo, y crearse un mundo a medida de sus sueños; no
tardando en dar muestras inequívocas de introversión patológica, obligado a
buscar en su cerebro la compensación a la rígida soledad que le imponían.
A
los 19 años Luis se convirtió en rey. Su pueblo apenas le conocía. Pero
descubrió en el un príncipe de cuento de hadas, un rey de leyenda, un enviado
del Olimpo.
Luis
mostró por vez primera un arrebato pasional en febrero de 1861. Acudió a una ópera
del compositor Wagner. Desde el principio el espíritu del príncipe heredero
quedó en suspenso. Luis parecía transportado en éxtasis. Un consejo manifestó
que “Su alteza llegó a inquietarnos. La representación le causaba un efecto
diabólico, rayano en extremos morbosos”. Llegó a sufrir convulsiones,
temiendo que degenerara en un ataque epiléptico.
Dos
meses después de su coronación se entrevisto con Wagner, en el que le manifestó
su deseo de que se quedara a trabajar a su lado.
Wagner
hombre ambicioso cincuentón, curtido por las luchas de la vida, no dudo en
sacar todo el partido posible de su privilegiada posición. Se rodeo de un lujo
y un boato provocativos.
A
sus oídos, atentos por una vez a la realidad, llegaron primero los murmullos,
luego la sorda indignación del pueblo. La prensa importante, los diarios
satíricos disparaban golpe tras golpe contra el músico, al que acusaban de
haber hechizado al joven e inexperto Luis. Ante esta situación el rey tuvo que
intervenir. El gobierno en pleno, respaldado por la reina madre, amenazó con
dimitir. El día 10 de diciembre de 1865 Wagner partió camino del destierro.
En
1866 entra en escena Isabel, llamada familiarmente Sissi. Dos seres
sorprendentemente parecidos: melancólicos, artistas, sensibles a todo tipo de
belleza. Entre ellos se intercambió una correspondencia místico- amorosa-fraternal
con la que daban rienda suelta a las fantasías de sus atormentados
espíritus. Aunque no por ello Sissi, aunque no quisiera demasiado a su
marido, le fue irreprochablemente fiel.
De
forma precipitada pidió la mano de su prima Sofia, a que bautizó con el nombre
de Elsa y a su suegra Ludovica le dio el apelativo de Walkiria.
Pronto
se cansó de cortejar él mismo a la novia y se contentó con enviarle enormes
ramos de flores.
Luis
contemplaba la llegada de la fecha de boda con auténtico terror, y la desposada
dejó de recibir ramos de flores, paso a ser destinataria de cortos en insulsos
mensajes capaces de desanimar a la más enamorada de las prometidas.
Tras
varios retrasos infundados de los esponsales el compromiso terminó por romperse.
Liberado
de Sofía Luis II ya sólo será prisionero de sí mismo.
De
su pluma salieron estos escritos:
Me
he librado de Sofía. La sombría imagen se borra para siempre. Por fin he vuelto
a vivir, después de esta pesadilla.
....
Gracias
a Dios el terrible acontecimiento no se ha producido.
Tan
misteriosa como fue su vida, lo fue su muerte. Luis II salió de paseo con su
psiquiatra sin escolta ni más compañía. Cuatro horas más tarde los cuerpos sin
vida de Luis II y del médico fueron rescatados de un lago cercano. Nadie sabe
lo que en realidad pudo ocurrir en aquella cerrada noche cuyas nubes aún cubren el
enigma.
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