domingo, 5 de mayo de 2019

SAVONAROLA


En la cortesana y cosmopolita Florencia de los Médicis resonará durante unos años la voz de un fraile que se proclama enviado de Dios y anuncia que se acerca el día de la ira, que se el castigo divino. Es un personaje desgarrado, refractario a su tiempo y que, por ser capaz de arrastrar detrás suyo a gran cantidad de gente, incluso a persona no predispuestas al fanatismo, convierte en la conciencia colectiva de Florencia. Aunque casos de ultramontanismo e intransigencia no son desconocidos en ninguna latitud, Savonarola no hubiera pasado a la Historia de no haber sido porque su acción se enmarca en la brillante ciudad de los Médicis. Su peripecia vital acabó en la hoguera, excomulgado y despojado de sus hábitos de dominico.
En la Italia del siglo XV destaca por su reputación de hombre sabio y bueno, el honorable profesor Juan Miguel Savonarola. Severo moralista, dedica su vida al noble oficio y al no menos loable ejercicio de la docencia a través de la cátedra.
Uno de sus nietos Jerónimo descuella por su carácter serio y formal, tal vez un tanto taciturno, más aficionado a las charlas moralizadoras de su abuelo que a los juegos infantiles. Estudiará medicina en la Universidad e Ferrara; sin embargo, al morir su abuelo cuando contaba diecisiete años, quedó intelectualmente desamparado.
Rechazo en su amor por la joven Laudomia Strozzi, joven altanera, decide entrar en religión, y hacerlo en la Orden de Predicadores que abre sus brazos al neófito que habrá de convertirse en un personaje discutido y contradictorio.
El nuevo hermano llama la atención de sus compañeros y superiores por su humildad y sencillez. Inteligente y estudioso puede recitar fragmentos enteros de la Biblia. Todos ven en él una futura gloria de la Orden.
Los primeros contactos con el público no pueden ser más deprimentes, y no logra captar la atención de los florentinos, acostumbrados a sermones elegantes. Pero, el animo de Savonarola no decae por ello.
Realiza un largo viaje de seis años entre 1485 y 1490, tiempo que dedica a la meditación, el estudio y la enseñanza predicando sin parar.
Convencido de estar en posesión de la verdad, indignado por la mundanidad de la Iglesia inicia una serie de terroríficos sermones, empapados de fría indignación. Anuncia el castigo que habrá de caer sobre la Iglesia si esta no se renueva.
Pronto su fama de predicador se extiende por el norte de Italia, y es reclamado por Lorenzo de Médicis. La orden lo envía para que actúe como lector del convento de San Marco en 1490.
Lejos de aceptar a su protector, desprecia todo lo que Lorenzo de Médicis representa: el poder, la tiranía, la aceptación de un mundo paganizado. Él se erige en portavoz de la piedad y la austeridad.
Su fama le lleva hasta el púlpito de la Catedral de Santa María del Fiore, donde predicó el miércoles de ceniza de año 1491.
Sus terroríficas prédicas son escuchadas, sobrecogido, por el pueblo que quedad deducido por su austeridad de vida y por su simplicidad de palabra.
La fama del frate va en aumento y en julio de 1491 es elegido prior del convento de San Marco.
La invasión de los franceses y su amenaza sobre Florencia es, un azote de Dios, en castigo por los pecados cometidos. Para negociar con los franceses es elegido Jerónimo Savonarola que logra que los franceses entren en Florencia no como enemigos, sino como aliados.
Ya está el fraile en la cumbre. Con la caída de los Médicis, intenta la implantación de un Estado Teocrático que impone la moral pública desde el poder.
La falta de flexibilidad política fue el gran error de Savonarola, provocando la intervención del Papa quien trata de atraerle hacia Roma con una carta amistosa, meliflua, y paternal. Desoyendo la llamada papal, aquel se limita a enviarle un ejemplar de su libro “Compendio di revelationes”
El nuevo breve del Papa llega a Florencia el 8 de septiembre, prohibiéndole toda predicación.
Tras dos años de forcejeo en los que se le llegó a proponer el capelo cardenalicio, Savonarola es excomulgado en la primavera de 1497. Comienza el decaimiento de su estrella.
Tras la incoación de tres procesos, constituidos por diecisiete magistrados; el miércoles 23 de mayo  de 1498 es condenado a morir ahorcado y ser quemado en la hoguera.
Para que ninguna reliquia pueda quedar de su paso por el mundo sus cenizas son arrojadas al río Arno que las arrastrará hacia el mar.
Texto de Diego Gutierrez Gomez.



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