En la cortesana y cosmopolita Florencia de los Médicis resonará durante
unos años la voz de un fraile que se proclama enviado de Dios y anuncia que se
acerca el día de la ira, que se el castigo divino. Es un personaje desgarrado, refractario
a su tiempo y que, por ser capaz de arrastrar detrás suyo a gran cantidad de
gente, incluso a persona no predispuestas al fanatismo, convierte en la
conciencia colectiva de Florencia. Aunque casos de ultramontanismo e
intransigencia no son desconocidos en ninguna latitud, Savonarola no hubiera
pasado a la Historia de no haber sido porque su acción se enmarca en la
brillante ciudad de los Médicis. Su peripecia vital acabó en la hoguera,
excomulgado y despojado de sus hábitos de dominico.
En la Italia del siglo XV destaca
por su reputación de hombre sabio y bueno, el honorable profesor Juan Miguel
Savonarola. Severo moralista, dedica su vida al noble oficio y al no menos loable
ejercicio de la docencia a través de la cátedra.
Uno de sus nietos Jerónimo
descuella por su carácter serio y formal, tal vez un tanto taciturno, más
aficionado a las charlas moralizadoras de su abuelo que a los juegos
infantiles. Estudiará medicina en la Universidad e Ferrara; sin embargo, al
morir su abuelo cuando contaba diecisiete años, quedó intelectualmente
desamparado.
Rechazo en su amor por la joven
Laudomia Strozzi, joven altanera, decide entrar en religión, y hacerlo en la Orden
de Predicadores que abre sus brazos al neófito que habrá de convertirse en un
personaje discutido y contradictorio.
El nuevo hermano llama la
atención de sus compañeros y superiores por su humildad y sencillez. Inteligente
y estudioso puede recitar fragmentos enteros de la Biblia. Todos ven en él una
futura gloria de la Orden.
Los primeros contactos con el
público no pueden ser más deprimentes, y no logra captar la atención de los
florentinos, acostumbrados a sermones elegantes. Pero, el animo de Savonarola
no decae por ello.
Realiza un largo viaje de seis
años entre 1485 y 1490, tiempo que dedica a la meditación, el estudio y la
enseñanza predicando sin parar.
Convencido de estar en posesión
de la verdad, indignado por la mundanidad de la Iglesia inicia una serie de
terroríficos sermones, empapados de fría indignación. Anuncia el castigo que habrá
de caer sobre la Iglesia si esta no se renueva.
Pronto su fama de predicador se
extiende por el norte de Italia, y es reclamado por Lorenzo de Médicis. La
orden lo envía para que actúe como lector del convento de San Marco en 1490.
Lejos de aceptar a su protector,
desprecia todo lo que Lorenzo de Médicis representa: el poder, la tiranía, la
aceptación de un mundo paganizado. Él se erige en portavoz de la piedad y la
austeridad.
Su fama le lleva hasta el púlpito
de la Catedral de Santa María del Fiore, donde predicó el miércoles de ceniza
de año 1491.
Sus terroríficas prédicas son
escuchadas, sobrecogido, por el pueblo que quedad deducido por su austeridad de
vida y por su simplicidad de palabra.
La fama del frate va en aumento y en julio de 1491 es elegido prior del
convento de San Marco.
La invasión de los franceses y su
amenaza sobre Florencia es, un azote de Dios, en castigo por los pecados
cometidos. Para negociar con los franceses es elegido Jerónimo Savonarola que
logra que los franceses entren en Florencia no como enemigos, sino como
aliados.
Ya está el fraile en la cumbre. Con
la caída de los Médicis, intenta la implantación de un Estado Teocrático que
impone la moral pública desde el poder.
La falta de flexibilidad política fue el gran error de Savonarola, provocando la intervención del Papa quien
trata de atraerle hacia Roma con una carta amistosa, meliflua, y paternal. Desoyendo
la llamada papal, aquel se limita a enviarle un ejemplar de su libro “Compendio
di revelationes”
El nuevo breve del Papa llega a
Florencia el 8 de septiembre, prohibiéndole toda predicación.
Tras dos años de forcejeo en los
que se le llegó a proponer el capelo cardenalicio, Savonarola es excomulgado en
la primavera de 1497. Comienza el decaimiento de su estrella.
Tras la incoación de tres
procesos, constituidos por diecisiete magistrados; el miércoles 23 de mayo de 1498 es
condenado a morir ahorcado y ser quemado en la hoguera.
Para que ninguna reliquia pueda
quedar de su paso por el mundo sus cenizas son arrojadas al río Arno que las
arrastrará hacia el mar.
Texto de Diego Gutierrez Gomez.
Texto de Diego Gutierrez Gomez.
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