Trafalgar es
una consecuencia, no un punto de partida. La superioridad naval inglesa ya se
había puesto repentinamente de manifiesto y en Trafalgar quedó confirmada. Una
batalla que ya desde antes de ser disparado el primer cañonazo estaba ganada
por los ingleses.
El tratado de Amiens de 1802 devolvió a España la
paz, tras unos años de guerras marítimas. Una paz que fue poco duradera debido
a las hostilidades desencadenadas por la armada británica con el incendio de la
goleta “Extremeña” en las costas de
Chile.
Un débil Carlos IV sometido a los dictados de Napoleón,
se comprometió a armar una fuerza de 30 navíos, algo de lo que no estaba
convencido fuera posible el jefe de la Escuadra española Gravina. Una armada
que serviría de apoyo a los planes de Napoleón de desembarcar en Inglaterra.
La situación de la Marina española era desastrosa
como consecuencia de la postración del país y la desidia de sus gobernantes. Muchos
de sus barcos, se pudrieron en los arsenales; por lo que a la hora de la verdad,
es decir del comienzo de la guerra, la Armada española contaba con poco más de
treinta navíos.
A la falta de naves se unía la falta de tripulaciones
instruidas, y no se podía contar con lograrlas debido a la miseria y a las
epidemias que habían asolado el país. Sólo en Andalucía perecieron más de cien
mil personas. Con este panorama de poco servia el cuerpo de oficiales, magníficamente
preparados, y amantes de su profesión hasta el sacrificio.
La Marina inglesa era el reverso de la medalla. Superior
a las armadas francesa y española juntas, armaba más de 200 naves; hecho
importante pues les permitía arriesgar sus escuadras, teniendo la certeza de
que sería rápidamente reemplazadas. Entre las tripulaciones llegó a surgir una
corriente de hermandad y compañerismo que abarcaba desde el mismo almirantazgo,
hasta el último de los marineros. Entre las muchas virtudes que adornaba a
Horace Nelson, destacaba la de ser un excepcional conductor de hombres; siempre
satisfecho de sus subordinados, a los que era capaz de infundirles un extraordinario
espíritu de cooperación.
Los franceses habían ido suprimiendo los grandes navíos
y así, en Trafalgar, no combatió ninguno de más de tres puentes. En Trafalgar
combatieron buques bastante viejos, como el español “Rayo” que había sido botado en la Habana en 1749.
Las tácticas de combate de ingleses y franceses
eran bien diferentes. En tanto que los segundos eran partidarios de tácticas
defensivas, y acérrimos defensores de la línea de fila; el espíritu de los
ingleses era ardientemente ofensivo, debido a la conciencia de su superioridad,
no sólo de sus barcos, sino de sus apretamiento e instrucción de las
tripulaciones.
Las armadas francesa y británica comenzaron a
fondear en las costas de Cádiz. La combinada franco española en el puerto gaditano,
y la británica a treinta millas de la costa. Una estrategia usada por Nelson
para inducir la salida de la Escuadra Combinada.
Al anochecer las dos flotas estaban bastante próximas
y los ingleses sabían perfectamente la situación y disposición de la “La Combinada”; en tanto que esta sólo
tenía una idea aproximada cual era la ubicación de los navíos británicos.
Siguiendo las órdenes del almirante Villeneuve la
flota francesa se situó en línea a la espera del ataque los ingleses; algo que a
la postre resultó desastroso. Antes las tácticas usadas por el francés, y las órdenes
recibidas, el almirante Churruca dijo:
“La flota
está perdida. El almirante francés no sabe lo que hace. Nos ha comprometido a todos”
Por su parte el almirante Nelson lanzó a sus
hombres su último y famosos mensaje: Inglaterra espera que cada uno cumpla con su
deber”.
La responsabilidad que pesaba sobre Villeneuve era
superior a sus fuerzas; y no ocultaba su actitud derrotista. Una actitud que ya
había manifestado al informar su temor al medirse con la flota británica. No se
trataba de un temor personal; sino de la seguridad que tenía de que serían
derrotados; pues sabía que las escuadras puestas a sus órdenes eran completamente
inadecuadas para lograr la victoria. Los hechos le dieron la razón.
La mayoría de los autores han vilipendiado la
figura del almirante francés; sin embargo, Villeneuve era un buen marino; lo
que no le exculpa de haber cometido una serie de errores que llevaron a la
derrota más famosa de las Armadas española y francesa.
Texto de J.L. Alcofar Nassaes
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