Espronceda es nuestro Lord Byron. Del desdeñoso e
impulsivo caballero inglés tenía la pasión por la Libertad, el genio aventurero
y mudable y una musa brillante e irregular.
De José Espronceda no podemos decir existan pocos
recuerdos y papeles, pues con él no se cumplió ese destino que ha seguido a
otros grandes escritores y eso otro de que “escribir
es llorar”. Al gallardo poeta le trató bastante bien en vida, y muerte la
sociedad española.
Se busca en nuestros días cambiar su imagen buscando
en él un sentido de la responsabilidad que a decir de sus contemporáneos no tenía.
De él se afirmó que era “un muchacho
travieso terror de la vecindad”.
Valera dijo de él que era “un joven de desvergonzadas, impías, y groseras palabras de y de lujosa
inmoralidad”.
Lo que es cierto es que hacia la treintena ya iba
camino de la seriedad, y de formalizar su vida pública y privada. Hasta el
punto de que, de no haberle matado la enfermedad habría acabado como gran
personaje de la Corte isabelina.
No gozó de la simpatía de escritores como Baroja;
sin embargo, les gustaba Espronceda de quien llegó a escribir en 1901:
“En nuestra
flora intelectual ya no hay árboles gigantes como El Greco, como Zurbarán, o
como Espronceda, no hay más que cipreses y arbolitos en forma de bola”.
Su propia nacencia no estuvo exenta de una cierta
leyenda. Unos afirman que nació en medio del campo; y otros que lo hizo en el
palacio de Monsalud. Ciudad de Almendralejo a donde llegó la familia en
retirada hacia Portugal.
Con quince años fundó la sociedad secreta Los Numantinos, de carácter antiabsolutista.
Condenado a reclusión en un convento de Guadalajara,
era ya un poeta que escribió versos como estos:
De los
pesados siglos la memoria
Trae a mi
alma inspiración divina
Que las
tinieblas de la antigua historia
Con sus
fulgentes rayos ilumina...”
Espronceda sale de España, recalando en Lisboa,
según dice “llevado de mis instintos de
ver mundo”.
Las terrazas de Santarem le sirvieron de inspiración:
“Yo,
desterrado en la extranjera playa
Con los ojos
extáticos seguía
La nave audaz
que argentada raya
Volaba al
puerto de la patria mía
Yo cuando el
Occidente el sol desmaya
Solo y perdido
en la arboleda umbría
Oír pensaba el
armonioso acento
De una mujer,
al suspirar el viento.”
La visita de los extranjeros conflictivos no es del
agrado del gobierno portugués, y Espronceda se ve obligado a embarcar hacia
Londres, donde se incrusta en los que integran el mundillo liberal apoyados por
el Duque de Wellington. A orillas del Támesis conoció a Teresa, de la que se
enamoró perdidamente. Teresa se casó; pero, no con José.
Ya en París, se integra en los grupos románticos de
claro componente balzaquiano.
En los motines de París de 1830 estuvo, cómo no,
nuestro poeta; que en su obra “El
estudiante de Salamanca” escribe:
“Alma fiera e
insolente
Irreligioso y
valiente
Altanero y reñidor
Siempre el
insulto en los ojos
En los labios
la ironía
Nada tiene y toda
fía
De su espada
y su valor”.
Desde las
alturas de Bayona, escribe:
“A su
despecho deja las armas
Con que del
Sena al Pirene
Se lanzó por
libertarla.”
De nuevo en Madrid, coincide de nuevo con Teresa, con
la que mantiene una discreta relación, Espronceda se convierte en hombre público.
El poeta colabora en los principales periódicos de
Madrid, funda revistas, publica sus Obras Completas, y es nombrado secretario
en la embajada en los países bajos, y en 1842 diputado; pero, muere ese mismo
año.
Texto: Pedro Ortiz Armengol
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